La imaginería popular desborda los discursos formales, a ella le debo el título. En esta media isla vamos definiéndonos, reafirmándonos y negándonos.
Tomos se han escrito para explicar nuestras desgracias y buenaventuras, sin que todavía medie una balanza, viviendo el siglo 21, que nos ayude a determinar lo malo de “los buenos” y lo bueno de “los malos”. Seguimos viendo la misma película, una vaquerada del viejo oeste americano en donde los blancos, con sus inagotables balas, mataban a nativos indios dotados de ingenuidad pero también de flechas mortales.
La rivalidad del bien y el mal, ricos y pobres, opresor y oprimido. Cuando creíamos evolucionar a otra dimensión del pensamiento social, de la ciencia entonces vino la pandemia y de un solo golpe el mismo mundo que tiene exploradores de sonda espacial no puede con un virus que ha postrado a gobernantes y científicos mientras más de treinta ocho millones han sido contagiados y las muertes superan el millón.
Pero volviendo al universo dominicano, dejemos de lado por un instante la covidianidad, entre distanciamiento social y parafernalia vivimos las elecciones y entre demandas de cambios ha llegado un nuevo gobierno.
La tregua, las denuncias, las repetidas “sorpresas” de siempre: arcas vacías, debemos comenzar de cero, el gran esfuerzo y demás. Aún siendo presidente electo se conocieron los famosos “decretuits” con los cuales se anunciaba quien iba a ser designado una vez se instalara el gobierno que ha de dirigir los destinos nacionales hasta el 2024.
Los nombres sorprendieron y aunque se quedan en el banco muchos de los que se proyectaban funcionarios, por lo menos el liderazgo en el interior del país, se ha ido conformando un perfil del funcionariado perremeista que dista mucho de la “reivindicación de las masas” que pregonó el líder del partido de origen, el viejo PRD, el del Dr. José Fco. Peña Gómez.
La tradición en política pesa mucho. De ahí la indignación de algunos sectores que se identificaban con “el cambio”, en especial los procedentes de estratos populares, no solo porque todo se reduzca a tener o no un empleo sino porque el ancestral anhelo de que se cumpla la tesis del “llegamos”, esa que implica un nuevo orden que salde la deuda con los sectores deprimidos. Por eso reducir el tema a que se trata de una simple demanda por acceder a la nómina pública es banalizar el problema.
Pasada la dictadura trujillista la división de clases fue a parar en el lenguaje metafórico y didáctico de las alocuciones y textos que producía el profesor Juan Bosch. Hablaba de los “tutumpotes” y los “hijos de machepa”, se erigía como el gran maestro de la sociología dominicana.
El ejercicio del poder por una casta vinculada a la tradición autoritaria, que se paseaba por una moderna ciudad capital en un carro “pescuezo largo”, se contraponía a los paupérrimos barrios de la ciudad y los campesinos víctimas de las inequidades del latifundismo. Ambos empezaban a crear conciencia de que su pobreza material presente no tenía que ser necesariamente para siempre.
El partido que enfrentaba el status quo administró desde Bosch hasta Peña, el tema de la esperanza y el cambio. Guzmán, Salvador, Hipólito y ahora como primer candidato de un nuevo partido (PRM), Luis Abinader, que se conecta a esa tradición.
Cuando se conocieron los nombramientos, del gabinete central y algunos puestos de segundo orden, vimos colocados miembros de la oligarquía (los antiguos “tutumpotes” que si bien no tienen las características exactas que definiera la teoría bochista de 1962, así lo revelan sus declaraciones juradas y currículums que revelan profesionales de éxito), las redes estallaron no solo por el vinculo de familiaridad entre los designados, sino por la ruptura con esa esperanza que ahora debe reciclarse.
En principio se trató como broma queriendo significar que esta élite que jubilosa ascendía al poder se trataba de un grupito “popi”, pero resulta que el grueso de votos y de generadores libres de contenido en las temerosas redes sociales, son mayoritariamente “wawawa”.
De ahí que la risa mutara a rostros adustos acorde con la investidura y el momento de las crisis, la encontrada y la generada.
Los “tutumpopis” son una expresión moderna del modelo clásico de gobernar. No debe confundirse la explicación con resentimiento o complejos. En esta República la discriminación, en cualquier sentido aún es noticia y los dominicanos ante el desplante o la desesperanza se reinventa porque a fin de cuentas, eso dice, “hay que tirar pa’ lante”.
Si bien es cierto que la presente gestión gubernamental inicia con una dirección de miembros de la clase alta, eso no es malo pero tampoco es bueno, sencillamente es. La generación de riquezas en el sector privado en lo absoluto refiere una eficiencia traducible al sector público.
Los “tutumpopis” deben comprender el Estado. Aprender la diferencia inmensa entre administrar lo público y lo privado.
Para los demás están las redes y el tiempo. Les han recomendado “esperar”.
Por Luis Córdova