PISA, pisan y pisan

Socióloga y analista política. Profesora de sociología en Temple University, Filadelfia, donde también fue directora del Centro de Estudios Latinoamericanos y del Departamento de Sociología.

Este país vive de pisa en pisa. En las últimas semanas fue la prueba PISA. ¡Alarma nacional! ¡Último lugar! Ciencia, matemáticas, lectura.

¿Y cuándo han sido esas materias importantes en este país? ¿Cuántos centros de investigación científica hay? ¿Cuántas horas de clases se imparten en las escuelas? ¿Cuántas en la primada UASD? ¿Y el negocio de muchas universidades privadas? Títulos y títulos para llenar protocolos.

La República Dominicana se puede quemar en todas las pruebas PISA y no pasará nada. Siempre se dirá que estamos comenzando, que hace poco se invierte el 4%, que los resultados de PISA son una base para mejorar, que ahora se invertirá en la formación de maestros, que pronto se verá el buen resultado.

Estimados lectores, la verdad es que no vislumbro los cambios.

¡Ya sé, me dirán, ¿a qué tanto pesimismo? El país marcha bien, la economía crece, el gobierno es estable, vienen más de cinco millones de turistas al año, llegan remesas y muchos dominicanos de afuera. Todo es algarabía: merengue, puerco asado, mucho ron y cerveza. Coja usted todo lo dao: fundas, cajas. Este es el paraíso; y en Navidad ni hablar.
¿Cuál es entonces el grave problema?

Que por mucho tiempo, por demasiado tiempo, el pueblo dominicano se ha acostumbrado a aceptar lo mal hecho. Se queja, es verdad. Pero la queja no lleva a la acción, no lleva a la corrección, no lleva a la transformación. Es una queja hueca, una queja de lamento, una queja que pronto se convierte en risa de incredulidad o en cinismo.

Para que la educación funcione, para que los estudiantes no abandonen la escuela y aprendan, se necesita mucho más que el 4% del PIB, mucho más que nuevas escuelas, mucho más que diplomados y maestrías para maestros.

Para que la educación mejore se necesita, primero y sobre todo, honestidad. La deshonestidad es lo opuesto a la buena educación.
Si los jóvenes del barrio aprenden temprano que para mejorar su situación económica hay que robar, vender droga, pertenecer a una pandilla, y ser cómplices de la Policía mafiosa, es muy difícil incentivar y mejorar la educación.

Para contar dinero mal ganado no hay que ir a la escuela. Para montarse en un motor y asaltar un transeúnte no hay que ir a la escuela. Para ser motoconchista o cuidador de carro en la calle no hay que ir a la escuela. Para ser guachimán no hay que ir a la escuela. Para arreglar camas en hoteles no hay que ir a la escuela. Para trabajar en la agricultura no hay que ir a la escuela. Para ser frutero no hay que ir a la escuela. Para el trabajo doméstico no hay que ir a la escuela. Y en esos sectores trabajan muchos dominicanos. Para esos trabajos basta el plan de alfabetización.
Para incentivar la población a elevar sus conocimientos y su condición humana a través de la educación, los primeros responsables en dar ejemplo de honestidad son los políticos. Ellos guían la nación.

¡Pero no! Ellos están muy ocupados en lo contrario. Pisan y pisan. Viven en un ajetreo brutal por apropiarse de los recursos del pueblo.
Y son tan desalmados esos del Congreso, que después de votar irresponsablemente a favor de muchos préstamos y ventas de tierras, también votaron para prohibir que una mujer en riesgo de muerte o sexualmente abusada pueda interrumpir un embarazo.

Para seguir haciendo esas barbaridades, los políticos dominicanos necesitan muchos analfabetos, totales o funcionales. Por eso este país sale mal en las pruebas PISA.