Y terminamos el 2016 en conmoción social, comunitaria e individual, pensando, a pesar de la gran desesperanza aprendida, que este nuevo año estrenado hace tan solo tres días, sea de crecimiento y desarrollo.
En el caso de las dominicanas, el 2017 nos encuentra varadas en un espacio de sombra social y ciudadana, al que nos han enviado y de donde esperamos ser rescatadas por legisladores y legisladoras. Es más que razonable que así sea.
Esperamos por un Congreso aconfesional, de principios laicos como lo pide nuestra Constitución, a cuyo artículo 37, apelan los detractores de las mujeres, porque en la base de todo está la misógina visión de esos sectores que aíslan el mencionado artículo para manipular las posibilidades.
Precisamente, sobre los estados aconfesionales y laicos decía en el mes de junio el Papa Francisco que: “Un Estado debe ser laico. Los Estados confesionales terminan mal. Esto va contra la Historia. Creo que una laicidad acompañada de una sólida ley que garantice la libertad religiosa ofrece un marco para avanzar”.
Entonces, las dominicanas, empezamos el año expectantes frente a un Congreso del que aguardamos respeto y reconocimiento a nuestros derechos humanos y ciudadanos. Y también, esperamos que las discusiones con el fundamentalismo cristiano, que no es la posición de toda la feligresía, por cierto, queden fuera del Congreso, porque legislar implica hacer leyes para todos y todas.
Para Uds., Congresistas, es un tiempo difícil porque las dominicanas esperamos, en justicia, que se despojen de la lógica moralista religiosa mantenida en un contexto de presiones y amenazas, para pensar como personas hacedoras de leyes para toda la nación, con cavilaciones científicas, oportunas y justas, que coloquen a más de la mitad del país en el respeto y goce de sus derechos fundamentales.
El acceso legal y seguro al aborto, en circunstancias especiales, tiene que ser una dimensión no negociable de la igualdad entre las personas, que pertenece a la agenda de los derechos humanos de las mujeres. Pero además, el aborto debe ser visto como un tema crucial en el debate contemporáneo sobre democracia, porque nos obliga a revalorizar seriamente la relación entre la religión, el Estado y los Derechos Humanos de las personas.
Congresistas, no es ético ni es moral, y si contrario a todos los principios cristianos y humanos, imponer a todas las dominicanas embarazadas la obligación de una muerte física o emocional, sin considerar las trágicas circunstancias en las que puedan decidir su propio destino, lo que es un derecho cristiano al libre albedrío.