Algunos ingenuos creímos que las regulaciones que impone la ley 15-19 para el registro de firmas encuestadoras y sus requisitos para la publicación de los resultados de las encuestas electorales, iba a contribuir en algo a evitar que se relajara una herramienta tan importante para el juego democrático.
Según el artículo 199 de la Ley Orgánica de Régimen Electoral, se mandó a que Junta Central Electoral creara un registro de las empresas encuestadoras del mercado electoral y político que bajo la supervisión de la Dirección de Elecciones de esa institución. Pero finalmente las disposiciones fueron tan básicas que hoy se tiene el festival de publicaciones por todos medios y de todos los tamaños de estos “estudios” o “trabajos”.
En la historia electoral dominicana los principales actores han sembrado en la psicología del votante el descreimiento de las encuestas. Desde el ya remoto escenario de Balaguer vs. Peña, el líder de la oposición descalificaba a firmas encuestadores como la Gallup, cuando daban ganador al anciano caudillo. Luego los traumas electorales en un país donde quien no gana es porque ha sido víctima de un “fraude colosal”.
Poco ha variado desde la fecha hasta acá. De nuevo elecciones y de nuevo firmas lanzan resultados a una masa electoral que está altamente contaminada de informaciones y distorsiones de la realidad electoral. Los argumentos para animar las tropas de militantes cuando los números no les favorecen es fácilmente reproducible en todas las épocas, así se han construido frases como “las encuestas son una fotografía del momento”, con lo cual se apela a que vendrá un momento mejor o que la coyuntura desfavorable fue ya superada; otra de las recurridas es que “la verdadera encuesta será en las urnas”.
La comunicación política y la estrategia electoral, confiadas en algunos casos a asesores extranjeros, deben apreciar el tipo de población y su tradición. Escuchar la gente de la calle, el ciudadano de a pies, compilar sus coincidencias con el profesional e incluso con los cada vez menos miembros de la clase alta, porque a fin de cuentas se revela que de pelota y política, el pueblo dominicano sabe, y mucho.
¿Hasta dónde puede funcionar la proliferación de encuestas en los medios con números tan disimiles? ¿Qué tanta confusión puede generar? ¿Cómo invalidar resultados cuando la gente prefiere creer porque los ha dado la firma de su preferencia?.
Lo que nadie puede negar es que así como la electoral, existe una preferencia sobre firmas encuestadoras. De ahí las desproporcionadas reacciones de algunos líderes ante números que le afectan. Eso es innegable.
Hay encuestas suficientes para creer y para no creer, para hacer dilemas. No hablemos de exactitud y de valores aproximados. Esas son otras razones.
Vivimos en un país donde no tenemos tradición de estadísticas en prácticamente ningún sector. No sabemos bien cuantas almas habitan este lado de la isla. Descreemos de los números oficiales de la banca, porque los políticos nos llevan a eso, promueven que no se crea en las pocas cifras de salud y hay quienes tienen la certeza de que cuando un indicador marcha bien se trata de “números maquillados”.
¿Son esos mismos políticos los que quieren que se crea en las encuestas?