Danilo Medina, el PLD y las vacas

Socióloga y analista política. Profesora de sociología en Temple University, Filadelfia, donde también fue directora del Centro de Estudios Latinoamericanos y del Departamento de Sociología.

Presto mucha atención a dos variables para analizar la dinámica política dominicana actual: la aprobación de la gestión presidencial y la estabilidad macro-económica.

Estas variables son importantes en cualquier sistema político, pero en el caso dominicano adquieren mayor relevancia porque desde hace varios años en ese país no hay oposición política bien organizada que constituya alternativa, y el partido en el poder ha devenido en una maquinaria electoral. Esto hace que el pegamento político, es decir, lo que mantiene el sistema político sin hacer fuerte crisis, sean esos dos factores.

En República Dominicana hay una crisis generalizada de confianza en los partidos y en las instituciones públicas, aunque a la vez, hay gran dependencia de todos los sectores sociales del Estado. El gobierno es el gran proveedor de empleos, contratos y servicios sociales. Es también el lugar primordial para la corrupción.

Como no hay mucha confianza en las instituciones públicas ni en los partidos, la aprobación del presidente es clave para entender la dinámica política.

Durante su primer período de gobierno, Danilo Medina logró alta aprobación por el efecto combinado de un estilo presidencial de mangas remangadas (visitas sorpresas, monitoreo cercano de las políticas públicas, etc.), un activo Ministerio de Obras Públicas, la ampliación del Estado Asistencial con educación como buque insignia, y el uso puntual del recurso populista (la confrontación con la Barrick Gold y el caso Bahía de las Águilas).

La alta aprobación permitió a Danilo Medina modificar la Constitución para su repostulación, con más oposición dentro que fuera de su partido. Inaudito.
Ahora, el presidente Medina se verá tentado a repetir la receta de su primer gobierno. Pero la simple repetición no será suficiente para enfrentar los problemas del país y las fuentes de descontento.

Aunque el PLD haya obtenido por primera vez en las elecciones de 2016 más del 50% de los votos a nivel presidencial, hay cansancio con el peledeísmo. La simple repetición de muchos funcionarios sin enganche con la ciudadanía sería un error. Medina debería innovar en los nombramientos y establecer controles efectivos a la corrupción, uno de los grandes vacíos de su primera gestión. El enquistamiento del comité político en el Estado dificulta los cambios.

La sucesión presidencial en el PLD será un asunto espinoso en los próximos tres años. A pesar del control que tiene Medina de la estructura partidaria, su poder real estará determinado por la aprobación de su gestión. Si la aprobación cae, los niveles de conflictividad en el PLD aumentarán significativamente porque su poder para determinar el próximo candidato o candidata presidencial disminuirá, y muchas otras aspiraciones aparecerán sin mecanismos democráticos institucionalizados para procesarlas. El PLD lleva 12 años frisado.

El aumento de la deuda externa y la dificultad para generar mayores ingresos vía impuestos impone restricciones a la ejecutoria gubernamental. La economía dominicana se ha hecho dependiente de los préstamos internacionales, pero el incremento de la deuda es una bomba de tiempo. Lograr un pacto fiscal será muy difícil por la resistencia empresarial a pagar más impuestos y la alta carga que ya lleva el pueblo.

Ha sido alivio en esta coyuntura el desplome de los precios del petróleo, pero una crisis de deuda externa sería el detonante de inestabilidad gubernamental. Los efectos negativos se sentirían dentro y fuera del PLD, y sobre todo, en la población que sería sometida a una fuerte austeridad.

En épocas de vacas gordas (crecimiento económico) hay que redistribuir con eficiencia y ahorrar. Si no, en épocas de vacas flacas el costo es inmenso para la sociedad. Que sirva esto de alerta.