Crónica sobre Ángela Peña, maestra del reportaje

Las ramas de los frondosos árboles que se levantan alrededor de la Facultad de Humanidades, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, salpicaban con sus manchas de sombras la figura, vestida de blanco, de Ángela Peña, con un embarazo a término, aquella prima noche de junio de 1975, cuando hizo su entrada, escoltada por el profesor Juan Bolívar Díaz, al aula FH-108, donde se impartía la materia Periodismo Interpretativo.

Una especie de sorpresa sacudió a la autora de la columna Media Naranja del vespertino Última Hora, cuando el profesor la presentó, destacando las cualidades de periodista investigadora, medio historiadora y columnista de opinión, a un auditorio de aproximadamente 35 estudiantes, jóvenes variopintos, entre periodistas-poetas, narradores aspirantes a periodistas, publicistas y otros estudiantes que nunca supieron que el oficio de escribir un reportaje o una crónica, en el buen criterio de Juan Bolívar, era la elevación de la anécdota, enriquecida por los detalles, los hechos, los personajes en su forma más vívida y original, a partir de un trabajo de investigación y de estudio, hasta convertirse y alcanzar la categoría, con una excelente redacción, de un buen reportaje o una entretenida crónica, sobre el porqué de las cosas.

La sorpresa fue en partida doble, porque los estudiantes, irreverentes en aquellos años uasdianos, donde Marx y Engels, Rosa de Luxemburgo, Marta Harnecker o la teoría de la literatura de los formalistas rusos de Jakobson, Tiniánov, Brik, Vinogradov, Tzvetan Todorov eran del conocimiento y a veces del dominio de estudiantes de filosofía, letras y comunicaciones, sin contar con semiólogos y lingüistas como Umberto Eco y Ferdinand de Saussure y poetas y narradores latinoamericanos como César Vallejo, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Vicente Huidobro, y los artífices del boom, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, entre muchos otros.

Y entonces llega Ángela, cuando Juan Bolívar termina la presentación, y se ríe, como extrañada, y dice en su acendrado cibaeño, que ella en verdad hace todo eso pero que nada de eso le llegó, “a dios vea”, por la academia y nosotros quedamos pasmados y boquiabiertos frente a aquella mujer menuda, que entre hablar medio nasal y semicantado, fue contando su vida y experiencia en el mundo de un periodismo comprometido con la sociedad y la ética de entonces, en una sociedad donde las diferencias ideológicas se resolvían “dándole pa`abajo” al enemigo del gobierno y entre las propias de izquierdas.

Aquella prima noche, calurosa, Ángela fue deshojando margaritas sobre sus inicios, primeras experiencias hasta alcanzar el nivel de dominio de las técnicas de investigación, para por fin. ir regresando del purgatorio de la historia en el que suelen penar muchos héroes y mártires, tras una vida de agitada lucha y, en algunos casos, de ganado prestigio.
La suya es una carrera periodística que tiene como base de operación el campo histórico, que en su momento —sobre todo con motivo de la guerra de guerilla de Manolo Tavárez Justo, la Guerra de Abril y el Desembarco de Caracoles — donde muchos de los actores están vivos y tienen perspectivas diferentes de los hechos y acontecimientos y ella ha pagado el precio de ceder espacios para aclaraciones, acusaciones y contra-acusaciones, donde cada quien pone sus puntos sobre la íes, no precisamente la i cibaeña.

¿Cuándo maneja Ángela hechos verídicos y cuándo recurre a la invención? No hace literatura en sus trabajos, por eso se aleja del llamado Nuevo Periodismo de los sesenta que inicia “A sangre fría”, Truman Capote y sigue Tom Wolfe con “El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron”. Porque en sus textos no se trata de defender una actitud de coincidencias manifiestas entre el narrador y la periodista, la operación de identificar las experiencias descritas por el primero como pertenecientes al segundo no es posible en sus reportajes. Prefiere el acceso a la memoria familiar, que le permita reconstruir la infancia, adolescencia y adultez de los hechos y de los personajes con una mayor precisión de detalles; auxiliándose del memorialismo, que tanto valor tiene en la reconstrucción histórica.

Compartí un viaje de trabajo a Panamá con Ángela y doy fe y dejo constancia de que es el ser humano de más buen humor, siempre ríe, pienso que investiga riendo y escribe cantando y encanta y hace cuento, y te sorprende cuando parodia a Rhina Ramírez y otros cantantes y se refiera a alguien como un/a “Criminal de Shanghái”, en cometarios llenos de anécdotas, sin la intención manifiesta de herir. Esa es la Ángela que conozco y leo semanalmente en las páginas de Areito, de este diario. Ángela, sin que a nadie se le ocurra otorgarle el Premio Nacional de Periodismo, que propongo que se dé en 2017; porque, en estos 45 años, ha hecho posible que la historia y el periodismo se encuentren en brillantes y excelentes reportajes.