Combatir el virus de la desinformación en tiempos de pandemia

Combatir el virus de la desinformación

La ciudadanía debe procurar no convertirse ella misma en vector de contagio de la desinformación.

Al mismo tiempo que el SARS-CoV-2, el nuevo coronavirus que causa la pandemia que está paralizando el mundo, hay otro virus igualmente mortífero que está contagiando grandes porciones de la población: el virus de la desinformación. Estamos ante lo que la OMS declaró como una infodemia; es decir, la difusión descontrolada y rapidísima de información falsa a través de las redes sociales.

En efecto, asistimos a una ola masiva de informaciones falsas o distorsionadas cuyo propósito no parece ser otro que el aumentar la incertidumbre y potenciar la ansiedad de la población. Son noticias falsas, memes distorsionantes, videos alarmantes y sesgados basados en “hechos alternativos”, que circulan sin control y que se viralizan, mientras el ritmo trepidante del ciclo de noticias sobre la Covid-19 lo devora todo al instante y no permite que las informaciones falsas o perniciosas sean desmentidas.

El problema es de tal dimensión, que incluso WhatsApp ha anunciado esta semana que va a limitar la circulación de mensajes – sólo podrán ser reenviados a un solo chat para evitar que el contagio de la desinformación continúe haciendo estragos.

Pero este no es un fenómeno nuevo. Con la llegada de internet, se instaló la utopía de que todo el mundo iba disponer de acceso a toda la información disponible en un círculo virtuoso que haría que los ciudadanos estuviesen mejor informados que nunca en el pasado.

Sin embargo, ni todos los ciudadanos tienen acceso a internet, ni todas las fuentes de información son ciertas y fiables. Al contrario, el internet se ha vuelto también un ecosistema donde proliferan como nunca y se amplifican a sus anchas las teorías de conspiración. Algunas creencias, como la militancia anti-vacuna o el negacionismo del cambio climático, han encontrado un aliado perfecto en los buscadores de información y en las redes sociales, que amplifican estas teorías e informaciones falsas de manera tóxica y exponencial, infectando igual que el virus.

Campañas de desinformación

Hace ya unos años que algunos intereses particulares, enemigos del interés general, junto a grupos religiosos o de extrema derecha, han encontrado en las redes un aliado ideal para sus campañas de desinformación. También algunos gobiernos las han utilizado para hacer prosperar su agenda política, como vemos que hace la Rusia de Putin.

Generar confusión, descalificación y disgusto es eficaz para promover agendas sesgadas, ya que se genera un contagio emocional muy fuerte.

Muchas veces lo que buscan es difundir informaciones que consigan dividir a la población y generar confusión. Estas campañas no intentan cambiar la opinión de la gente, sino reafirmarla. Buscan abundar en sus creencias sesgadas, aumentar la controversia y el enfrentamiento entre versiones, poniendo al mismo nivel la verdad y la mentira.

De esta manera, consiguen reafirmar las propias convicciones, aunque éstas se sitúen al otro extremo de la verdad. La verdad no importa, lo que se busca es aumentar el resentimiento contra los que sostienen una idea diferente, una posición contrapuesta.

Generar confusión, descalificación y disgusto es eficaz para promover agendas sesgadas, ya que se genera un contagio emocional muy fuerte, que puede ser manipulado deliberadamente para propiciar el desorden social y justificar reacciones autoritarias frente al debate abierto e informado, que es elemento crucial al buen funcionamiento de las democracias liberales.

Pero estos grupos tan proclives a las teorías de conspiración, muchos de ellos militantes de la extrema derecha, no tienen escrúpulos a la hora de descalificar el conocimiento científico. Tienen sus propios científicos, sus propias revistas, sus propios expertos, y consiguen que opiniones no contrastadas y marginales salgan de su nicho, se amplifiquen vía redes sociales, y acaben contaminando los grandes medios y el relato objetivo, o acaben incluso desencadenando reacciones violentas o irracionales, o condicionando la agenda política.

Teorías de la conspiración y coronavirus

La teoría de conspiración difundida online, que vincula la puesta en marcha del sistema de datos 5G con el contagio del coronavirus, es totalmente falsa pero ha provocado, por ejemplo, que varias torres de emisión 5G hayan sido incendiadas en el Reino Unido en los últimos días.

El hecho de que en la ciudad china de Wuhan se hubiese desplegado recientemente la red 5G no tiene relación alguna con el hecho de que ese fuera el primer foco de infección de la nueva cepa de coronavirus. Múltiples teorías han circulado por Facebook, Twitter, TikTok, Youtube o por grupos de WhatsApp o Telegram sobre el origen del virus: que si fue creado por Bill Gates en un laboratorio de Microsoft como parte de una estrategia globalista para diezmar la población mundial; que si fue diseñado por el gobierno chino como arma de guerra biológica soltada a nivel global para erosionar la hegemonía estadounidense; que si fue creado por la CIA como elemento de una guerra híbrida de los EE.UU. contra China… Todo falso.

Generar desconfianza y sospecha en las fuentes oficiales de información es una de las estrategias de la desinformación.

Lo que establece la ciencia en este momento (y sabemos que la ciencia avanza por teorías que se comprueban empíricamente una y otra vez hasta que alguna evidencia empírica alcanza a desmentirlas), es que el virus SARS-CoV-2 es una mutación de un virus que se encuentra comúnmente en murciélagos, y que probablemente se transmitió a los humanos vía un tercer animal, una especie de armadillo llamado pangolín.

Generar desconfianza y sospecha en las fuentes oficiales de información es una de las estrategias de la desinformación. Cuando vemos al presidente Trump amenazar con cortar los fondos a la Organización Mundial de la Salud en plena pandemia, con la acusación de haberse despertado tarde ante la Covid-19 y de ser una agencia pro-China, descalificando al único organismo multilateral de gobernanza de la salud global, estamos ante el peor de los escenarios posibles.

Apelar, como hace el mismo Trump y aplaude Bolsonaro, a que ya se tiene una droga milagrosa que cura el virus, la hidroxicloroquina, promocionada por un médico francés conocido por sus métodos heterodoxos y su negacionismo del cambio climático, mientras esta droga aún está en fase de experimentación y no ha sido homologada como tratamiento por ningún organismo oficial, es una irresponsabilidad. Y en esta línea de enorme irresponsabilidad destaca el comportamiento errático y confuso de Bolsonaro, otro oscuro ultraderechista, con sus recientes ataques a su ministro de salud sobre las urgentes medidas para contener la epidemia en Brasil.

Estas desinformaciones generan especulación en el mercado, confusión y falsas esperanzas, que pueden llegar a tener consecuencias mortíferas al relajar potencialmente a la población ante medidas no farmacéuticas como el confinamiento de la población, que sí funcionan para contener la pandemia, cómo se está demostrando en Asia o en el Sur de Europa.

Combatir la infodemia

La infodemia es ya una epidemia global. Y para combatirla es fundamental contar con medios de información rigurosos, ya sea con las grandes cabeceras tradicionales, como con las plataformas independientes online de calidad contrastada, a los que la ciudadanía pueda recurrir para informarse con rigor y seriedad, y adonde pueda acudir a comprobar que la información que manejan está convenientemente contrastada. El rol de estos medios es crucial para combatir la pandemia, y muchas de estas plataformas ofrecen espacios de fact-checking que son esenciales para desmentir rumores y falsedades.

Pero también, en este momento en que la mitad de la población mundial está confinada y en que el uso el desarrollo de capacidades de navegación online es crucial, es una magnífica ocasión para desarrollar herramientas intelectuales para que los ciudadanos puedan discernir por sí mismos la calidad y la veracidad de la información que les llega.

Solo acudiendo a fuentes fiables y desarrollando un espíritu crítico y atendiendo a las propias capacidades de sentido común, podrá la ciudadanía defenderse.

Además de evitar la obsesión de estar informándose continuamente, lo que puede generar angustia y desequilibrio, es importante que, ante cualquier información dudosa, cada persona se pregunte varias cosas: ¿es la fuente es fiable? (comprobar qué o quién está detrás de esa fuente); ¿cuál es su historial?; ¿tiene una agenda propia y única o presenta información plural y contrastada?; ¿qué evidencia presenta más allá de la opinión?; ¿hasta qué punto esa información tiene un sesgo emocional fuerte, es inflamatoria o usa lenguaje divisivo?; ¿utiliza imágenes sensacionalistas para ilustrar sus argumentos?

Solo acudiendo a fuentes fiables, desarrollando un espíritu crítico y atendiendo a las propias capacidades de sentido común, podrá cada persona defenderse de ese Whatsapp que es verosímil, que quizás refuerza fuertemente convicciones previas, pero que puede que no sea veraz.

Como recomiendan las Naciones Unidas, la Unión Europea o los propios gobiernos, es esencial, sobre todo, no difundir indiscriminadamente informaciones que proceden de terceros no contrastados y que inoculan ansiedad, desconfianza, frustración o rabia entre la población.

El virus de la desinformación es tanto más peligroso que el coronavirus y la ciudadanía, tal como actúa responsablemente ateniéndose a las instrucciones de confinamiento físico, debe procurar no convertirse en vector de contagio de la desinformación.

FUENTE: Democracia Abierta