A un mes de las elecciones generales del 15 de mayo próximo, vale la pena comentar los supuestos principales que han orientado los cálculos electorales de las distintas fuerzas políticas que participan en la contienda.
Desde la transición de 1978, el historial dominicano es claro: ha predominado la concentración del voto en dos fuerzas políticas en cada proceso electoral, excepto en el periodo 1986-2000, cuando se produjo el tripartidismo con la emergencia del PLD como fuerza electoral.
Pero nada es eterno en política, y en cada contexto electoral, las fuerzas que compiten hacen sus proyecciones en función de determinados supuestos.
Para las elecciones de 2016, el gobierno de Danilo Medina ha apostado a la híper-concentración del voto a su favor. La estrategia del gobierno y de la campaña se ha fundamentado en el logro de una súper mayoría. Para eso trabajan, y cada decisión importante está orientada a alcanzar este objetivo.
Lograr una súper mayoría cercana al 60% es muy difícil en cualquier sistema político competitivo. Por eso el gobierno se ha enfocado en políticas públicas de impacto popular que generen alta aprobación de la gestión presidencial, en una gran presencia mediática, y en una amplia coalición de partidos. Para alcanzar el objetivo, el gobierno también cuenta con amplios recursos económicos y administrativos.
El PRM, ahora principal partido de oposición, ha apostado a la polarización del voto para ganar las elecciones, o por lo menos, asegurar el estatus de principal partido de oposición. Para alcanzar ese objetivo cuenta fundamentalmente con la base electoral perredeísta. Su gran desafío, como señalé en mi artículo de la semana pasada, es recomponer y dinamizar esa masa votante que se disputa con el PRD, y que el PRD busca arrastrar al PLD.
Los partidos minoritarios, por el contrario, han apostado a la dispersión del voto. Es decir, a que los electores desencantados del PLD, del PRD o del PRM, emigren a apoyarlos. Esta lógica ha nutrido la idea de ofrecer un menú de opciones electorales para que los desencantados de los partidos tradicionales escojan, y la idea de que nuevas opciones motivarán a los abstencionistas a emitir un voto de cambio.
Las elecciones del 15 de mayo serán una prueba de estos supuestos.
Los problemas principales de la híper-concentración son la falta de controles políticos efectivos y de alternabilidad. La democracia no se fundamenta en poderes únicos.
Por otra parte, la dispersión del voto es poco atractiva al electorado en sistemas presidenciales. Se produce generalmente cuando el sistema de partidos colapsa.
En los sistemas parlamentarios para formar gobierno y gobernar se necesita una mayoría constante, por lo cual, fuerzas nuevas pueden poner en jaque el sistema político. Así ocurre ahora en España, donde la dispersión del voto en las últimas elecciones con el ascenso de Podemos y Ciudadanos ha impedido a las fuerzas políticas tradicionales del PP y el PSOE formar gobierno.
En los sistemas presidenciales, la dispersión del voto tiene limitada utilidad representativa porque la presidencia se constituye con un mecanismo de mayoría y se establece rápidamente. El presidente se elige generalmente por mayoría simple en primera vuelta o por mayoría calificada en primera o segunda vuelta, y si hay dos vueltas, sólo compiten las dos opciones más votadas.
En estas elecciones se ha barajado si llegó el momento de que surja una nueva mayoría electoral que desplace al PLD del poder, pero varias encuestas importantes apuntan a la híper-concentración del voto a favor del continuismo. Sólo queda saber si el electorado dará alguna sorpresa el 15 de mayo.