Hay muchas señales de que nuestra sociedad dominicana está enferma de violencia. Las mínimas reacciones en estos días posteriores a las elecciones, nos van descubriendo como un pueblo inclinado a responder violentamente y apena ver la indiferencia con que soportamos el mural de exabruptos, malos gestos, amenazas, acciones de maltrato y desconsideración.
Nos movemos en esa conducta ciudadana pasiva pero violenta, en la que ya no se trata solo de golpear sino también, de maltratar verbalmente para imponer nuestra “lógica” -muchas veces es irracional- contra cualquiera, en un tiempo en el que estrenamos formas de agresión, muchas veces apoyadas en las nuevas tecnologías. Un cambio de escenarios debido también a una mayor sensibilidad hacia prácticas violentas que en el pasado eran aceptadas socialmente y no se condenaban, como el maltrato a niños y niñas y a personas adultas mayores, o la violencia basada en el género contra las mujeres.
La visión de relajo de procesos institucionales, como el sufragio, sin un mínimo de consecuencias ajustadas al proceder netamente antiautoritario, es decir, sin justificar agresiones ni victimización, pero si con legitimidad, no solamente la que puede dar la ley, sino también la del buen juicio, está ausente en la esencia social dominicana.
Da lo mismo que un político despechado amenace que “se acabó la templanza y el raciocinio, y que ahora vine lo bueno”, o si le dan un balazo a alguien en un “rebulú”, o si un hijo mata a su padre anciano a golpes, o una mujer le arranca parte del intestino a su hijito de tres años de una patada, como si un hombre mata de 32 puñaladas a “su” mujer porque la celaba o no quiere volver con él.
Nacemos con el molde de los escalafones en la vida y la obediencia y el castigo que acarrean, impuestas las personas a ser etiquetadas para la esclavitud de una vida preconcebida que para un número cada vez mayor de la humanidad, no es amigable. Formas de dominación que se convierten en etapas de frustración en la juventud y la adultez, en depresiones y trastornos que manifestamos en arrogancia, prepotencia, doble discurso, incumplimiento de reglas, impunidad y corrupción, convirtiéndose en el germen de la violencia social.
Nuestra sociedad se va acostumbrando en esa indefensión aprendida y terminan por admirar por admirar, envidiar y hasta premiar a las personas violentamente corruptas.
Vale la pena recordar a Mario Benedetti, cuando decía: “En la época de las bárbaras naciones, de las cruces colgaban los ladrones. Y ahora, en las naciones de las luces, del pecho de los ladrones cuelgan las cruces”.