Dios es una idea transcendental; una gran invención de la humanidad. Se asombrarán muchos al leer esta introducción y argumentarán que Dios es una realidad, no una idea; que Dios tiene su propia existencia. Ahora bien, nadie lo ha visto aunque muchos hablen de él y por él.
En nombre de Dios hablaron Abraham, Jesucristo, Mahoma, y muchos más. El Viejo y el Nuevo Testamento y el Corán fueron escritos por seres humanos, no por Dios. Con el tiempo, proliferaron los que claman la representación de la palabra de Dios, y así el mundo se llenó de curas, pastores, rabinos e imanes que la propagan a millones y millones de personas y promueven las conversiones.
En la construcción de esas doctrinas religiosas se plasman lecciones de liberación y opresión, de bienaventuranzas y terror. Si se concibe a Dios como fuente de amor, sólo acciones de desamor nos alejarían de él. Si se presenta a Dios como verdugo, lo convertimos en sancionador y látigo ante el pecado.
La filosofía liberal y la Ilustración, fundamentos de la revolución democrática que sacudió Europa en los siglos 17 y 18, forjó la noción del Contrato Social y el Estado de Derecho para moderar precisamente el látigo monárquico y el religioso.
El Estado parlamentario, no la corona ni la religión, tendría la responsabilidad de establecer los derechos y deberes en función de prerrogativas humanas, y la jurisprudencia secular establecería los castigos para las acciones dañinas a los demás dentro de los límites del derecho a la defensa. Eso reemplazó el linchamiento físico o moral.
Cuando un cura, pastor, rabino o imán denuncia como negativo, aberrante o anormal la homosexualidad, y se opone a que las personas homosexuales tengan los mismos derechos que el resto de la población, recurre a una versión del Dios verdugo opuesto al Dios amor.
La homosexualidad no es una elección de vida para ser excéntrico o malvado. Es una condición humana igual que la heterosexualidad, aunque diferencie la reproducción.
La atracción sexual es fundamental para establecer una relación íntima; y si la naturaleza creó la homosexualidad, no hay forma de concebirla al margen de Dios para los creyentes.
Piense usted: ¿cómo se sentiría una persona heterosexual si su derecho a enamorarse y establecer una relación íntima con la persona que ama del sexo opuesto se restringiera? Podemos suponer que se sentiría perturbada, coartada y hasta aniquilada. Pues así se sienten las personas homosexuales por no poder acceder a una vida regular, a una relación de amor sin rechazos, sin desprecios, sin discriminación, sin ridiculización, sin derechos.
Sabiendo como saben el efecto negativo que tiene la discriminación en los seres humanos, algunos curas y pastores en República Dominicana se dedican ahora activamente a rechazar la homosexualidad, a definirla como pecaminosa; a rechazar el matrimonio igualitario, o pedirle a su feligresía que no voten por candidatos homosexuales o que apoyan su causa.
En vez de ser transmisores de amor y bienaventuranzas, estos curas y pastores transmiten rechazo y odio. Revueltos en sus demonios internos e institucionales, desprecian un segmento amplio de la población universal, cuyo supuesto “pecado” es enamorarse de otra persona de su mismo sexo.
Las religiones han sido históricamente fuentes de divisiones, confrontaciones, masacres (he ahí la de Orlando) y guerras; siempre en nombre de un Dios verdugo que han inventado los humanos. Un Dios verdugo que produce tristeza, temor y desunión.
Seríamos todos mejores seres humanos si las religiones, en vez de promover el rechazo y la exclusión, se dedicaran 100% a promover el amor, la comprensión y la inclusión.