El viernes 11 de marzo 2016, fue un día lúgubre, triste, desagradable. Fui un día en el cual muchos dominicanos y dominicanas manifestaron frustraciones con el sistema político. Hubo expresión de indignación, porque mataron al ex rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y formador académico de varias generaciones; asesinaron a Mateo Aquino Febrillé, candidato del PRM a la senaduría por la provincia del San Cristóbal.
El matador, según la Fiscalía del Distrito Nacional, fue Blas Peralta y compartes. Si, Blas Peralta el jefe de los camioneros que monopolizan el transporte de carga en República Dominicana. Pero Blas Peralta es solo una rama dentro del bosque de la política dominicana. Febrillé es un muerte de la irracionalidad politiquera, no política.
A Febrillé lo mató el tigueraje político. Lo mató el sistema político que asigna a los cualquieras cargos de asimilados, escoltas y armas de fuego sin aplicar el debito protocolo. Sí, el tigueraje perfumado de una amalgama de clases sociales ascendidas por las oportunidades que brindan las debilidades institucionales de un Estado que no ha podido funcionar racionalmente. El tigueraje político que ha sido capaz de ascender, entronizarse en las interioridades de las estructuras partidarias, incapaces de revertir el orden y el status quo. Estructuras partidarias con »líderes» añejados y acomodados en el confort que deja la corrupción.
A Febrillé lo mató el mismo sistema político que acabó con la vida de los integrantes del PLD cuando celebraron sus parciales elecciones primarias para elegir candidatos congresuales y municipales; y cuyo resultado dejó dos muertos, uno en Santiago y otro en Barahona, además de ocho heridos.
Desde la dictadura de Balaguer (1966-1978) hasta el actual momento de larga transición democrática, las muertes violentas no han dejado de ocurrir en los procesos electorales, la mayoría sin sanciones. El liderazgo político, muy incapaz, ha asumido una actitud poco beligerante, seria y compromisaria para acabar radicalmente con la impunidad.
A Febrillé lo mato la débil institucionalidad de los partidos políticos. La concentración del poder por parte de una élite que asume las estructuras partidarias como feudos, como patrimonio familiar, como si fueran corporaciones privadas que operan, en muchos casos, como clanes de amigos, cuyos accionistas apuestan al control de la representación de los poderes públicos bajo esquema de exclusión de los nuevos y éticos liderazgos políticos y sociales. Los partidos han creado un esquema de ascenso político determinado por el poder económico y el tráfico desmesurado de influencias marcadas por el soborno, el chantaje y la mediocridad. Muchas falsas encuestas utilizadas para suplantar los métodos y procedimientos democráticos de elección constituyen parte de la arrabalización de los partidos. Los candidatos carabelitas son los que terminan imponiéndose y jugando un pobre papel en la representación. El resultado, partidos políticos desacreditados y estructuras del Estado con poco nivel de satisfacción en la ciudadanía.
Hay que ponerle medida de coerción a los métodos antidemocráticos, al liderazgo patrimonialista, a la concentración de poder, al caudillismo moderno. Hay que ponerle medida de coerción al sistema político y de partido, al que mató a Febrillé, para que se rehabilite. Hay que rehabilitar la democracia dominicana, de la cual el 80% dice que no funciona, y cuando funciona es con defecto. Solo el 18% dice que funciona bien. Es lo que acaba de revelar la última encuesta Gallup. ¿Cuándo se dará la rehabilitación?