Cuando vi en la tele a Santo Delgado del Carmen, así como su nombre, el rostro era el de un hombre “normal y corriente”, de cualquiera que te pasa por el lado y saluda o teda los buenos días, el de un vecino, compañero de trabajo o amigo.
El monstruoso hecho para nada lo delataba en su físico, por supuesto, se trata de un ser humano, de sexo masculino, con el factor de dominio y control sobre las mujeres aprendido, naturalizado y permitido. Se podrán molestar algunos hombres al leerme y caer en la defensiva. Independientemente de la aceptación o no de las causas, cuatro mujeres murieron porque en la comunidad donde vivían, en la ciudad, municipio, provincia y país, el rechazo a la violencia contra las mujeres todavía no logra coherencia de prevención, atención y sanción para su erradicación.
Cuatro mujeres murieron por ser mujeres y no le importa ni le ha importado al Ministerio de Educación para incluir en la currícula la educación para la igualdad, en la que niños, niñas, y jóvenes de ambos sexos aprendan a percibirse y sentirse como iguales, dentro de relaciones de respeto. No le importa al MINERD porque el acoso en los centros escolares de profesores a adolescentes forma parte del pan de cada día, y la ADP se hace de la vista gorda apoyando “el padre de familia” que tiene que ser cuidado posiblemente con un traslado.
No le importa a la Procuraduría General de la República porque en su sistema de registro sólo ocurrió uno, el de Roberta Angomás Céspedes, la pareja. Las muertes de Yinauri Delgado Angomás (hija de ambos), Agripina Maldonado de Céspedes (madre de Roberta) y de Ana Luisa Ventura Germán (vecina) se contarán como “homicidios de mujeres”. En el mes de noviembre escucharemos a la Procuraduría afirmar que han disminuido los feminicidios respecto al año anterior, utilizando unos criterios que poca justicia hacen a la realidad.
Tampoco importa al Congreso Nacional porque tipificaron el feminicidio en el Código Penal como la muerte a una mujer, por el hecho de ser mujer, ocurrida dentro de una relación de pareja, siguiendo los mismos criterios de la Procuraduría. Le seguirá sin importar a este organismo cuando apruebe la Ley de Presupuesto General de la Nación asignando recursos mínimos para las políticas de prevención, y sobre todo de atención, sin medios económicos para ofrecer alternativas desobrevivienciaa las víctimas.
No le importa a la industria de la pantalla pequeña nacional, por cierto de pésima calidad, recibir ganancias millonarias cosificando los cuerpos femeninos.
No importan los feminicidios porque los hombres se seguirán sintiendo con el derecho de piropear a cualquier mujer en la calle. En los hogares se seguirá fomentando “el valor” de la mujerdesde la identificacióncon “la belleza”, o el encuentro con un príncipe. Si es que nos importa, empecemos hablar de autonomía y emancipación.