Un periodo de 100 días es el estándar para evaluar las perspectivas de la gestión de un gobierno en sus primeros meses en el poder. Es la etapa en que los gobiernos todavía conservan una cuota importante de la popularidad concitada en la campaña electoral.
El concepto de un periodo de gracia de cien días se remonta a Napoleón Bonaparte, quien luego de casi un año exilado en la Isla de Elba, retorna a Francia y retoma el poder.
La historia atestigua que el Emperador marchó sobre París en marzo de 1815, con un ejército reducido a poco más de mil hombres. Fueron pocos los que creyeron que triunfaría. Pero Bonaparte, un hombre optimista, logró la restauración del poder en un tiempo récord de 100 días.
En Estados Unidos, por otra parte, el período de los cien días surgió en medio de una crisis sin precedentes. En el 1933, Franklin Delano Roosevelt asumió el cargo de presidente de los Estados Unidos de América. La nación estadounidense se encontraba sumida en la calamidad de la Gran Depresión. Los ciudadanos cifraron sus esperanzas en el liderazgo de Roosevelt para vencer la catástrofe, recuperar la seguridad, y superar la crisis.
El Congreso de EEUU ha jugado siempre un rol regulador, con tanta entereza que, en ocasiones, impide los intentos de transformación de los gobiernos que quieren introducir cambios demasiado rápidos. Sin embargo, el brío impregnado por Roosevelt lo llevó a ganarse el apoyo de los republicanos, que es lo mismo decir que de los conservadores. Con los republicanos neutralizados consiguió luz verde para pasar las iniciativas gubernamentales que los ciudadanos reclamaban. Esta gracia permitió al presidente Franklin D. Roosevelt pasar 15 grandes proyectos de leyes en el Congreso, en tan sólo sus primeros 100 días.
A partir de entonces la práctica de contar con 100 días de gracia, a partir del inicio de un gobierno, se generalizó en todo el mundo occidental. Los primeros 100 días, para Franklin D. Roosevelt fueron la clave de una estrategia de comunicación frente a los ciudadanos que se prolongó durante todos sus gobiernos.
En la generalidad de países los primeros 100 días se aplican igual como lo hizo Roosevelt. Constituyen la estrategia de comunicación para mostrar la ruta que seguirá el gobierno en los 4 años siguientes. También son propicios para afinar los planes de gobierno elaborados durante el periodo de campaña.
En la República Dominicana se intenta seguir esa tradición, con resultados no muy halagadores. Muchos creen –sobre todo, aquellos que suben las escalinatas del Palacio Nacional– que los primeros 100 días son para que el presidente y su equipo actúen a riendas sueltas. Y si un ciudadano enarbola una crítica al nuevo gobierno, se gana el motete de mal perdedor, de vendido a la administración anterior.
Ni siquiera pasa por la mente de un presidente dominicano pensar en la estrategia de comunicación de los primeros 100 días. Por alguna razón desconocida, se le hace imposible reflexionar sobre el hecho de que, en ese tiempo, en vez de justificar las pifias, sirve para corregir los errores.
El presente gobierno de Luis Abinader cogió la gracia bien en serio. Y fue más allá de la costumbre dominicana. Dio marcha atrás, por ejemplo, a las iniciativas de crear impuestos al doble sueldo de Navidad y a las compras en monedas extranjeras. El grito de la población fue demasiado alto y rudo y él prefirió una transición suave, aceitada, sin arrugas.
A tal punto que el Presidente Abinader ha cogido un brío y optimismo que no mostró en la campaña electoral. Se reúne de a uno a uno con el liderazgo político nacional y va de provincia en provincia, en donde va dejando una estela de promesas que, si se cumplen, por fin tendremos un país disparado como un cohete hacia el pleno desarrollo.
La Procuraduría General de la República, por otro lado, sí aprovechó los primeros meses con una eficacia envidiable. La Procuradora Mirian Germán, Yeni Berenice Reinoso y Wilson Camacho prometieron que iban con todo y contra todos. Al igual que el Presidente viene remachando: “A quien cometa un acto ilícito nadie le protegerá. Sea quien sea. Yo di mi palabra, y así será”.
Por ello en la madrugada del domingo 29, recién pasado, la Procuraduría ordenó cazar, no a un come-sólo, sino a un pulpo. Un insólito animal que tiene más de ocho largos tentáculos.
El reperpero estremeció tanto la vida política nacional que, según un rumor aquí, en Don Pedro, hasta los miembros de un sector de los aliados están de sopitas y durmiendo con los tenis puestos.