Entrevista con Noam Chomsky «Lo sucedido en Brasil es un golpe de Estado blando». A pocos meses de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el académico analiza el fenómeno Trump y advierte cómo el miedo posibilitó su éxito. También repasa la política exterior de su país a partir de la visita de Obama a Cuba, los refugiados en Europa y la actualidad de América latina.
Por Bárbara Schijman
Figura destacada de la lingüística del siglo XX y considerado uno de los pensadores contemporáneos más influyentes, Noam Chomsky nació el 7 de diciembre de 1928 en Filadelfia, Estados Unidos. Es, asimismo, ampliamente reconocido por su activismo político, caracterizado por una fuerte crítica del capitalismo contemporáneo y de la política exterior de los Estados Unidos. A pocos meses de las elecciones presidenciales que tendrán lugar el 8 de noviembre en su país, Chomsky reflexiona sobre el resultado de las primarias, esboza posibles razones del éxito obtenido por Donald Trump, e introduce el “miedo” como variable de peso. El académico se refiere, además, a la política exterior norteamericana a partir de la visita de Barack Obama a Cuba, la situación por la que atraviesan miles de refugiados en Europa, la actualidad de América Latina, y el “golpe blando” a Dilma Rousseff.
–¿Cuál es su análisis con respecto al resultado de las elecciones primarias en Estados Unidos?
–La característica más llamativa ha sido la fuerte oposición popular a los programas neoliberales de la generación anterior, y el declive de la democracia que ha funcionado asociada con ellos. En ambos partidos, el “establishment” está siendo atacado por fuerzas que resienten amargamente estas políticas, y con razón. Del lado republicano, el establishment ha sido capaz de destruir candidatos que surgieron de la base, como sucedió con Michele Bachmann, Herman Cain, Rick Santorum, y nominar a su propio hombre, Mitt Romney. Esta vez fue diferente. Ahora están atascados con un candidato que ellos mismos ven como una pesadilla. Del lado demócrata, Bernie Sanders ha tenido un éxito considerable en promover un programa al estilo del New Deal, el cual, de hecho, tiene un apoyo popular muy importante. Y, notablemente, lo ha hecho sin depender incluso de las concentraciones de poder económico privado para el financiamiento masivo que suele dominar el sistema electoral. Claramente, la clase obrera masculina blanca que apoya a Donald Trump está cometiendo un grave error.
–¿Por qué?
–Más allá de cierta retórica, las políticas que él propone son gravemente perjudiciales a los intereses de esa misma clase obrera (y más que eso incluso). Pero sus quejas son reales y comprensibles, y de forma significativa se superponen con aquellas de los diferentes sectores que están apoyando a Sanders. Hay un desarrollo de los acontecimientos similar en Europa, por razones un tanto afines. El neoliberalismo ha sido una maldición para la población en general, en todas partes; un asunto que no requiere elaboración alguna si pensamos en América Latina.
–¿Cómo se compone hoy el electorado de Trump?
–Haciendo a un lado elementos racistas, ultranacionalistas, y fundamentalistas religiosos (que no son menores), los partidarios de Trump son en su mayoría blancos de clase media-baja, de la clase trabajadora, y con menor educación, gente que ha sido dejada de lado durante los años neoliberales. Su popularidad es, en cierta medida, alimentada por el miedo arraigado y la desesperanza que pueden ser causados por un aumento alarmante en los índices de mortalidad para una generación de escasa educación. Que la mortalidad esté aumentando en estos sectores es una cuestión desconocida en las sociedades desarrolladas, y un signo de profundo malestar social. Los salarios reales de la población masculina están a nivel de la década de 1960. El crecimiento económico ha ido a los bolsillos de una pequeña minoría, que vive en un mundo diferente de la gran masa de la población. La inseguridad laboral ha aumentado y esto ha sido el fruto de una decisión consciente.
–¿Podría ampliar esto último?
–El ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, llegó a explicar al Congreso que sus éxitos en la gestión de la economía, que condujo a un desastre global, se basaron en una “creciente inseguridad laboral”; una noticia maravillosa porque significa que las personas que trabajan ni siquiera tratan de conseguir una porción de la torta, y las ganancias para los ricos son seguras. En este sentido, si los trabajadores carecen de seguridad y viven vidas precarias seguramente renuncien a sus demandas. No intentarán conseguir mejores salarios. Esto es lo que, técnicamente hablando, Greenspan llamaba una economía “saludable”. Es evidente que las opiniones de los trabajadores y los pobres son prácticamente ignoradas en el sistema político, que responde casi en su totalidad a los poderosos, como demuestran todos los estudios que se hacen a este respecto. Están indignados y lo están con razón, pero como suele suceder, están dirigiendo su rabia contra minorías todavía más victimizadas que ellos: los inmigrantes y otros grupos víctimas de un “bienestar tramposo” (todo tipo de personas que de alguna manera se cree que están recibiendo lo que no están recibiendo) inventados por la propaganda de la derecha.
–¿Qué rol jugó la apelación al miedo como estrategia electoral?
–En el caso de Trump, parece que su atractivo se basa en ideas de pérdida y de miedo. El ataque neoliberal a las poblaciones del mundo no ha dejado de afectar a Estados Unidos. La mayoría de la población se ha estancado o sufrido algún deterioro, mientras que se ha acumulado una riqueza impresionante en pocos bolsillos. También es importante advertir que Trump obtiene un importante apoyo de nativistas y racistas. Sus partidarios, en su gran mayoría blancos, pueden ver que está desapareciendo la imagen que guardan de una sociedad dirigida por blancos.
–Hace poco evocó al surgimiento de Hitler para referirse al de Trump. ¿En qué sentido lo hizo?
–Voy a citar lo que dije: en un libro de hace más de una década yo citaba al eminente académico de la historia alemana Fritz Stern, que escribió en el periódico de la clase dominante Foreign Affairs sobre “la decadencia en Alemania que iba desde la decencia hasta la barbarie nazi”. Stern sostenía lo siguiente: “Hoy me preocupa el futuro inmediato de Estados Unidos, el país que acogió a los refugiados de habla alemana en la década de 1930”, incluido él mismo. Con unas repercusiones para el aquí y ahora que no podrían pasar desapercibidas a ningún lector atento, Stern examinaba el demoníaco llamamiento de Hitler a su “misión divina” como “salvador de Alemania” en una “transfiguración pseudorreligiosa de la política” adaptada a las “formas cristianas tradicionales” que dirigen a un gobierno dedicado a los “principios básicos” de la nación, con “el cristianismo como la base de nuestra moralidad nacional y la familia como la base de la vida nacional”. Además, la hostilidad de Hitler hacia el “Estado laico liberal”, que compartía una gran parte del clero protestante, motorizó “un proceso histórico en el que el resentimiento hacia un mundo laico desencantado encontró su liberación en la extasiada huida de la sinrazón”. Eso fue mucho antes de que Trump apareciera en escena. Trump no es un fascista. Apenas tiene una ideología coherente perceptible. Pero su movilización de sectores religiosos racistas, ultranacionalistas, y fundamentalistas religiosos, junto con un número importante de gente que está muy enojada y resentida por haber sido marginada a un costado mientras se diseñan políticas para enriquecer y potenciar a los ricos y poderosos, es un peligroso caldo de cultivo, que de alguna manera evoca a finales de Weimar, de modo similar a lo que escribió Stern mucho antes de que el fenómeno Trump trajera estas tendencias a la superficie.
–¿Quién cree que ganará la elección presidencial?
–Probablemente Hillary Clinton, pero no es una cosa segura.
–Sobre Europa y sus políticas contrapuestas para hacer frente a la crisis de los refugiados, ¿cree que pueden poner en peligro el proyecto de integración europea?
–Existe en efecto una crisis de refugiados, en países pobres como el Líbano, donde una cuarta parte de la población se compone de refugiados de Siria, por encima de los refugiados de Palestina e Irak. Y en el pobre país de Jordania. Y en Siria, antes de arrojarse al suicidio colectivo. En general, los países que en realidad soportan una crisis de refugiados no tuvieron ninguna responsabilidad en generarla. La generación de refugiados es en gran parte responsabilidad de los ricos y poderosos, que gimen bajo el peso de un hilo de miserables víctimas, a menudo las víctimas de sus crímenes, a quienes pueden acomodar fácilmente. Lo mismo es cierto con respecto a Estados Unidos y América Central. Todo el asunto es un escándalo moral de primer orden; y ciertamente amenaza con socavar la integración europea, un gran logro de la posguerra. Si lo hace, será una triste observación sobre la cultura europea.
–¿Cuál es su mirada sobre la actualidad política de América Latina?
–En los últimos años América Latina, finalmente, se ha movido enfáticamente para liberarse del dominio de Occidente; en el siglo pasado, del control de Estados Unidos, y para hacer frente a algunos de sus graves problemas internos. El camino no es fácil, existen retrocesos al mismo tiempo que logros. Pero los progresos son muy significativos, y ricos en promesas.
–¿Qué reflexión le merece la situación en Brasil, luego de que se votara a favor de iniciar juicio político a Dilma Rousseff?
–Sin lugar a dudas ha habido muchos delitos cometidos por las elites políticas y económicas, en todo el espectro. Y por consiguiente quienes los cometieron deben ser castigadas. Dilma es una de las pocas líderes políticas que está aparentemente exenta de la acusación de actuar en beneficio propio. Los cargos en su contra son muy limitados, y no ameritan un juicio político, seguramente no a manos de una banda de ladrones, tal como ha observado incluso la prensa internacional. Es justo considerar lo sucedido en Brasil como un “golpe de Estado blando”, sin duda bienvenido en Washington y, presumiblemente, con el apoyo de Estados Unidos.
–¿Puede leerse la visita de Obama a Cuba como una señal de cambio en la política exterior norteamericana?
–Con respecto a su decisión de política exterior hacia Cuba, Estados Unidos quedó aislado en el continente, de hecho en el mundo. Finalmente se rindió y accedió a dar algunos pasos hacia la normalización, aunque el embargo demoledor, condenado por el mundo durante muchos años, en gran medida sigue estando en su lugar. Estados Unidos, sin duda, seguirá tratando de recuperar el control sobre Cuba, el problema más antiguo de la política exterior de Estados Unidos, que se remonta a la década de 1820. Sobre este punto, su política exterior no está cambiando. Lo que está cambiando, sí, es que ahora Estados Unidos está obligado a tomar en consideración los avances significativos en América Latina. No diría entonces que su política exterior se esté modificando; más bien diría que es un signo de que el poder de Estados Unidos está disminuyendo muy rápidamente.
FUENTE: PAGINA 12