En su momento, la repugnante campaña electoral contra Peña Gómez en el 96, sacó a flote lo peor de esta sociedad. La presente es tan execrable como aquella, pero permite darnos una mejor idea sobre las tantas taras que corroen el alma nacional. La generalizada traiciones de muchos a sus colectividades y a los ideales que antes enarbolaban, las inconsistencia, la limitada generosidad y profunda debilidad del talento político de ciertos dirigentes, la facilidad con que muchos venden sus conciencias, la pusilanimidad de tantos profesionales e intelectuales, incapaces de levantar sus voces contra un estado de cosas que por debajo condenan, son partes de las taras sociales del país, removidas por este proceso electoral y potenciadas por el continuismo peledeísta.
Pocas expectativas puede esperarse de un proceso electoral con tantos vicios, que tiene como candidatos un montón de tránsfugas y/o traidores de toda laya, de vendidos para reelegir al Presidente y reelegirse ellos luego de jurar no hacerlo; de candidatos conscientes de que participan en unas listas que nunca debieron ser confeccionadas, de listas electorales con numerosos hijos, esposas, amantes, familiares cercanos a funcionarios y dirigentes políticos (algo insólito en cualquier país normal), con cientos de miles de votos cautivos de familias humildes comprados con los dineros del pueblo. Por esas y otras razones, Independientemente del candidato presidencial que sea favorecido por la mayoría, el cuadro político de esta sociedad no puede ser más ominoso.
Lo oscurecen más, las espurias componendas entre grupos políticos y de interés para favorecer a particulares candidatos, sin importar si con su proceder lesionan o no la colectividad política que lo postula o al candidato presidencial de esa colectividad, con tales felonías es difícil construir una sociedad con un mínimo de salud. También, hay que añadir que el grupo político hoy en poder no solamente se ha enriquecido robando los dineros del pueblo, sino que ha avanzado significativamente en el proceso de formación, aquí y el extranjero, de hijos y familiares suyos para que sean sus relevos, incluso ya algunos de ellos, a pesar de su juventud, ostentan una fortuna que como sociedad nos avergüenza.
Nadie con un mínimo sentido político o simplemente del discurrir de la vida cotidiana, ignora que la forma del inmenso poder que ostenta del grupo que hoy controla el Estado, constituye para el mañana la mayor amenaza que jamás hayan tenido los cimientos en que se asienta la nación dominicana. Un eventual triunfo de ese poder continuista profundizará y ampliará las referidas y otras lacras en esta sociedad, por lo cual, por mínimo que este sea, todo esfuerzo por detener esa amenaza constituye una expresión de voluntad política de lucha contra el actual estado de cosas, no un estéril testimonio.
Ante semejante cuadro, resulta un peligroso desatino dispersar el voto y no dirigirlo hacia un solo caudal y peor aún, las actitudes abstencionistas de individuos o de colectivos; por lo cual, independientemente de los resultados electorales del próximo 15 de mayo, el sentido de responsabilidad política obligará a un profundo debate sobre estos temas y a continuar la lucha en diversos planos. Una lucha tan ineludible como difícil.