Luego de un proceso de negociaciones entre el gobierno colombiano y las FARC, que duró 4 años, acaban de firmar un extenso documento donde queda plasmado un acuerdo entre ambas partes que pone punto final a un conflicto armado de más de medio siglo. Con la negociación y firma de ese acuerdo ambas partes reconocen que a breve plazo ninguna de ellas podía ganar la guerra y que la continuación de esta constituía un lastre social, político y económico para el país y para las FARC, un ineluctable desgaste militar y una pérdida de legitimidad que la aislaba cada vez más del país político.
El presidente Juan Manuel Santos ha tenido la habilidad y el coraje de convencer a amplios sectores de las elites políticas empresariales y sociales, de que la prolongación del conflicto constituía un lastre que impide a Colombia desarrollar su potencial económico, sus invaluables atributos geográficos y su insuperable capital social. La paz, que no será un fácil nuevo escenario político y social, constituye una oportunidad para el país aprovechar toda su potencialidad, para limitar al máximo las injusticias sociales, la violencia, la corrupción en que por décadas ha discurrido la vida de ese país, y que ha sido el origen de las guerrillas y de diversas formas de violencia.
La dirección de las FARC, encabezada por Timoleón Jiménez, ha entendido que, si bien estaba en capacidad de prolongar la guerra, poderosos factores internos y externos les indicaban que no tenían posibilidades de ganarla a breve ni a largo plazo, que era hora emprender el largo, complejo y difícil camino de la política. Más difícil de dirigirlo y de caminarlo. El final de la más vieja guerrilla del continente americano constituye una lección práctica de que, como decía Gramsci, luego del fracaso de intentos de rupturas revolucionarias en diversos países, la guerra frontal o de movimientos, como estrategia de cambio revolucionario es inconducente y que el único escenario donde resulta viable cualquier cambio es en el terreno de la política, creando conciencia, acumulando fuerza.
Ironía de la historia, es precisamente en La Habana donde se firma el acuerdo para terminar con la más vieja guerrilla del continente…. Los tiempos son otros y otras deben ser las perspectivas en que las izquierdas enfoquen sus luchas. El acuerdo que pone fin al principal foco del conflicto armado en Colombia, inicia otro proceso de transición que constituye una demostración de que toda negociación entre adversarios políticos implica que todas las partes tienen que ceder en cosas, a veces básicas; que situada al margen de la ética de la responsabilidad o de los resultados, la ética de los principios no tiene sentido.
La “ambigüedad creativa” utilizada para salvar algunos aspectos conflictivos tales como: las armas, las “víctimas”, el cultivo “ilícito” de drogas, de la propiedad de la tierra entre otros, que se nota en la redacción de algunos puntos del acuerdo, deja claro lo arriba dicho. El acuerdo no termina con las contradicciones, las rencausa en el nuevo escenario de la lucha política que este inicia.
Y, el que tenga más saliva (y más talento) comerá más hojaldras.