Hay muchas expresiones de corrupción en la sociedad dominicana, las encontramos en el manejo de las diversas instituciones del Estado, en el mundo empresarial y en políticos del gobierno y de la oposición. La diferencia que existe entre la práctica de corrupción entre el grupo político que actualmente es gobierno y la de los otros sectores, es que los gobiernistas han estructurado un sistema de impunidad y degeneración de la práctica política que se ha llegado ser viral en casi toda la sociedad. En ese sentido, la marcha del pasado 22 fue una inapelable condena a ese sistema, una acción política contra el gobierno y contra quienes en diversa forma han hecho de la corrupción su modo operandi.
Pero no fue solo fue contra el gobierno, fue en grito firme, mesurado, sin estridencia, que salió de lo más profundo de quienes marcharon y de quienes asumieron sus símbolos y consignas en casas, balcones, aceras y lugares públicos, para que la política en este país se haga con un mínimo de decencia. Fue una expresión de hartazgo contra un discurrir de la vida política y hasta social en el país, identificada fundamentalmente en el grupo político que actualmente tiene un control del Estado prácticamente absoluto, al tiempo que era subyacente y manifiesta en los participantes una condena a todo aquel político o colectividad política que practica y tolera la corrupción y su correspondiente impunidad.
Una generalizada exigencia de pulcritud en el manejo de la cosa pública puede sobrepasar el estrecho ámbito de lo moral y de lo ético y adquirir un contenido político de insospechada potencialidad de cambio cuando sostenidamente se convierte en acciones de masas en las calles. La marcha del pasado 22 tiene esa potencialidad, pero solo eso: potencialidad, es necesario que de ella se deriven reflexiones en varias vertientes: la composición social de sus participantes, la capacidad reproductora del mensaje de muchos de sus participantes que finalmente descendieron a las calles y también sobre las innegables referencias y adscripciones políticas de un significativo número de ellos, a pesar del apoliticismo latente y manifiesto de no pocos, que se expresa en un sectarismo primitivo de tintes moralista y mojigato.
Es necesario ser consciente de que la marcha fue un evento que puede quedarse ahí: en evento; que no se reproducirá ni ampliará de manera mecánica o espontánea, que muchos de sus participantes lo hicieron por su alto nivel de conciencia y porque pertenecen a alguna colectividad social o política. Por tal motivo, para que ellos y muchos más participen en ulteriores acciones de calle deberá elaborarse un mensaje que contenga una propuesta con un nivel de direccionalidad política con clara perspectiva de cambio y que en gran medida refleje las aspiraciones individuales, de las colectividades sociales y políticas a las que pertenecen o que son sus referencias.
Es difícil organizar una marcha como la del pasado domingo, pero es mucho más difícil darle continuidad y convertirla en un movimiento ascendente. Sin embargo, la dimensión que esta tuvo dice que existen las condiciones para crear ese movimiento. Con reflexiones sosegadas, con actitud de apertura, madurez e inteligencia podría lograrse.