El feminismo es uno de los movimientos que mayores aportes ha dado a la humanidad. Revelar la injusta hegemonía humana como representación masculina ha significado luchas de resistencia y creatividad.
Un movimiento social y político que procura la liberación de las mujeres, en contra de la subordinación por los hombres y el patriarcado, y de toda forma de explotación humana, incluyendo también la naturaleza.
La categoría género ha sido incorporada en el ámbito académico como un componente ético de análisis. Investigar determinada situación o contexto sin reconocer las relaciones desiguales de poder entre mujeres y hombres, provoca un vacío cuestionador de calidad y rigurosidad.
En nuestro país son muchos los aportes del feminismo que se podrían enunciar: posicionar en el ámbito público la violencia contra las mujeres y las niñas como un asunto de derechos, promover transformaciones jurídicas en leyes y la Constitución, además de cambios culturales de mayor empoderamiento de las mujeres a través del acceso a la educación, al trabajo, a cargos públicos entre otros, a pesar de las brechas que persisten.
Una mujer empoderada se enorgullece al reconocerse en el feminismo y en la exigencia de un estilo de vida en igualdad. Me avergüenza cuando mujeres u hombres emiten opiniones sobre el feminismo sin darse el mínimo espacio de al menos googlear la definición, por supuesto desde las feministas.
La liberación femenina es atemorizante para el machismo controlador, no preparado para relacionarse con esquemas fuera de los tradicionales. El que puede también llenarse de contradicciones al expresar “apoyo” a las feministas pero a la vez estar contra el “libertinaje”, como si las mujeres no tuvieran derecho a divertirse.
Reconocerse en la autonomía es un proceso liberador de empoderamiento, de pérdida de miedo, de fortalezas que conllevan prácticas estratégicas y estructuras internas para no caer en las manipulaciones del patriarcado.