Por una de esas coincidencias que se presentan en la vida, la Asamblea que actualmente realiza la OEA en nuestro país discurre en el contexto de la abominable masacre cometida por un supuesto fanático homofóbico/religioso en una discoteca en la ciudad de Orlando, Florida, frecuentada por gais y lesbianas. Por el contenido de sus agendas y de sus posiciones, la OEA y algunos de sus representantes son nuevamente hostigados en el país esta vez por un grupo de intolerantes de matriz religiosa, que en cierta forma, coincide con ese grupo de ultranacionalistas y xenófobos que mantiene su inútil asedio contra esa institución por la posición que esta sostiene sobre el tema de los dominicanos de origen haitiano que viven en condiciones de desnacionalizados.
En el pasado, los temas relativos a la defensa de determinados derechos humanos raras veces ocupan la agenda de la OEA, si los trataba lo hacía bajo la perspectiva que sobre esa cuestión tenían la derecha y ultraderecha de la región, apadrinada por sectores de esos mismos signos ideológicos de los Estados Unidos. Sin embargo, las grandes luchas de nacionales y de colectividades sociales por sus derechos, en las que se destacaron algunos de los actuales altos funcionarios de la referida institución, han determinado avances en la conciencia democráticas de los pueblos que no pueden desconocer los estados nacionales, por lo cual los temas de la inclusión social, del respeto de los derechos de minorías (mayorías en algunos casos) y de valores democráticos, ocupan hoy la atención de las agendas de varias organizaciones políticas mundiales y regionales.
En el pasado, los grupos de la derecha dominicana mantuvieron su apoyo a aquella OEA, jamás se preocuparon del contenido de sus agendas ni expresaron su condena al atropello a la soberanía del país que bajo la sombrilla de esa institución cometió Estados Unidos en 1965. Exigirla hoy, luego de 50 años de silencio cómplice constituye una soberana hipocresía. El hecho de que en una Asamblea de la OEA se trate el tema del respeto a la comunidad LGTB, al derecho de la mujer sobre su cuerpo, no significa que a nadie se le quiera imponer una determinada opción, sólo se quiere expresar la voluntad de que terminen los atropellos, las amenazas (algunas terminan con muertes) contra un grupo de personas que libérrimamente ejercen su opción sexual o de vida y el respeto a las diferencias.
Nadie, en nombre de credo religioso alguno, tiene el derecho a coartar el ejercicio de libertades individuales que en nada afectan a otro, ni mucho menos imponer su credo. Por la defensa de la “pureza’ de algunos principios religiosos, políticos e ideológicos se han justificado las más horribles matanzas, como la ocurrida en pasado fin de semana en Miami, las “limpiezas étnicas”, los pogroms, los holocaustos, las guerras entre naciones y la barbaridad de condenar a la muerte jurídica a decenas de miles de dominicanos de ascendencia haitiana. Los temas de los derechos individuales y de colectividades son puntos que ocupan las agendas de organismos internacionales y en el combate a estos puntos recurrentemente se dan las manos extremistas religiosos con algunos extremistas nostálgicos de derecha y de izquierda.