Hace unos dos años dos dirigentes de izquierda con posiciones determinantes en sus respectivos partidos y yo, compartíamos la tesis de que la derrota del continuismo peledeísta pasaba necesariamente por la convergencia de diversos sectores opositores con el grupo mayoritario del entonces PRD, hoy PRM. Pero, sosteníamos que para que dicha convergencia resultare efectiva, era imprescindible la unidad de las fuerzas opositoras de menor peso electoral, sobre todo de cultura de izquierda, para poder incidir realmente en una eventual nueva mayoría al frente del Estado. En torno a esa tesis se hicieron algunas iniciativas relativamente importantes, pero fallamos.
Los dos dirigentes de izquierda lograron que la tesis fuese discutida en las más altas instancias de sus respectivas colectividades, llegándose a redactar un borrador de un documento donde en grandes líneas se sustentaban los alcances de una voluntad de acuerdo sobre esa posición. Sin embargo, sin explicarse formalmente las razones, la iniciativa naufragó, siguiendo cada quien el sendero que entendía más expedito, hasta llegar al punto en que nos encontramos hoy: Con precarias posibilidades de evitar el lastre que significaría para el país un próximo Congreso y unos municipios, que al igual que hoy, podrían estar mayoritariamente integrados por trúhanes, tránsfugas, de gente que sólo representan sus espurios intereses, o los de quienes los apoyan…
Actualmente, confluyen con el PRM, sectores de izquierda y de vocación progresista, pero sin la suficiente fuerza para ser el contrapeso que evite que la alta dirección de ese partido, en la escogencia de candidatos, se decante o se deje imponer muchas candidaturas de dudoso talante, sin competencia para ocupar el cargo o de haberlo ocupado de manera nada eficiente u honrosa.
Otros partidos de oposición, que no confluyen en el partido arriba citado, ya han escogido candidatos no solo potables, sino que honrarían la institución para la cual les postulan.
Sin embargo, por la inequidad de la presente competencia electoral estos tienen escasas posibilidades de ser elegidos, lo cual significaría un dispendio de esfuerzos, otra flor que no dará frutos, otra frustración, cuyo impacto negativo debería intentarse limitar, a pesar del escaso tiempo que resta del calendario electoral, las diferencias entre la oposición y el estado de relativa debilidad de todas las direcciones partidarias para enfrentar a determinados aspirantes y de las tendencias sectarias presentes en todas las colectividades opositoras. In extremis, debería intentarse negociaciones para presentar candidaturas municipales y congresuales comunes potables y bien situadas o incluso auspiciar desistimientos negociados a favor de estas.
Con eso se abonaría el terreno para un eventual acuerdo de segunda vuelta. Grandes conocedores de la cuestión municipal dominicana afirman que los actuales candidatos municipales no pueden ser peores. Para los municipios y el Congreso, el PLD repite con sus candidatos comprados para la reelección y nuevos tránsfugas. Esa circunstancia hace más urgente que la oposición obtenga representaciones congresuales y municipales cuantitativa y cualitativamente significativas.
Pero podría no ser así, de mantenerse la incapacidad o falta de voluntad del PRM para confeccionar boletas atractivas y la ceguera de determinados sectores progresistas, perdiéndose otra oportunidad para dar un salto cualitativo en un camino hacia la democracia sustantiva que se hace absurdamente largo.