Los peores recuerdos de mi vida se los debo a la policía. La policía me producía pesadillas por las noches y delirio de persecución por el día, en mi condición de dirigente estudiantil estuve ocho veces preso durante el gobierno de los 12 de Balaguer: de noche y de día, la policía, como proclama el poema de Poeta Nacional de Cuba, Nicolás Guillén.
Guillén se interroga: “¿No es cierto que hay muchas cosas lejanas que aún se ven cerca, pero que ya están definitivamente muertas?” La policía está muerta como institución de seguridad ciudadana.
A modo de chiste un antiguo alto oficial me refería que en el mismo seno de la policía se comentaba con sorna que en los días en que estuvieron acuartelados con motivo de las elecciones nacionales, el número de actos delincuenciales y de muertos por intercambio de disparos bajó.
La policía es un órgano visiblemente enfermo, que no protege la seguridad ciudadana. Nelson Peguero Paredes, jefe policial, aseguró que de 38,000 miembros que cobran solo dispone de 15,000 para salir a la calle, muchos de ellos a “buscársela”.
En estos días, en la calle Albert Thomas, frente al Colegio de los Salesianos, del sector María Auxiliadora, don Moreno, que tiene una camioneta de la denominada platanera y vende víveres y otras verduras, llegó una camioneta Toyota de la PN y le hizo una “compra” para cuatro policías del destacamento que queda en la misma Albert Thomas con Eusebio Manzueta, y sin pagar se fue delante de todos quienes comprábamos.
-Mire -me dice don Moreno- yo salgo con estos víveres y verduras vendiéndolos a mitad de precio, pero para poder cuadrar tengo que aumentar el precio, porque esta es la tercera “venta a la policía”, ya en la Rafael Atoa, debajo del Puente Duarte, se me tiraron dos motores del mismo destacamento y a cambio de que me dejan trabajar, se llevaron la cena de esta noche y el desayuno de mañana.
El jefe de la Policía confiesa que a los males se suman 2,300 policía que no se sabe dónde están, pero los ciudadanos medianamente informados sabemos que trabajan en los grandes supermercados, en las plazas comerciales, hoteles, bancas, son choferes de empresarios y de delincuentes y otros se fueron para EE.UU y sus superiores o padres, que son oficiales de la PN o de la Fuerzas Armadas, cobran por ellos y velan por sus ascensos.
Es 2004 el Partido de la Liberación Dominicana, a partir de su programa reforma y modernización del Estado y frente al incremento de la violencia, desarrolló el Programa de Seguridad Ciudadana, bajo el liderazgo del Dr. Franklin Almeyda Rancier, entonces Secretario de Interior y Policía, dentro de dicho programa se destacó Barrio Seguro, Control de Horario de Expendio de Bebidas Alcóholicas y la clarificación de la función de la policía en el ámbito civil y de la justicia. Pero los jefes policiales, aliados a los dueños de los centros de bebidas, hicieron todo lo posible por desacreditar y hacer saltar del cargo a Franklin.
De aquel esfuerzo de control social, quedó el horario de los centros de bebidas, el retorno temprano de la noche de los hijos al seno familiar, la casi eliminación hasta el día de hoy de los tiros al aire, con sus consecuentes balas perdidas y su ahorro de vidas. Monchi Fadul, otro peledeísta, desmanteló el Programa de Seguridad Ciudadana.
Danilo Medina no prestó atención a la inseguridad y ni a la felonía policial y apostó al 911, que, si bien es cierto funciona, es solo un componente dentro de un programa de seguridad ciudadana, y de ahí no pasa.
La Policía, si bien hay que mejor el salario, debe ser pensada en las relaciones con la justicia y la sociedad civil. La legitimidad perdida debe ir de la mano de la eficiencia y transparencia en el cumplimiento de su función.
Nelson Peguero Paredes, jefe policial, sabe mejor que nadie que quienes resisten los cambios en la institución son los generales y coroneles que se benefician, con sus empresas de guardianes privados, con el incremento de la violencia y de la percepción de inseguridad, que mantiene a la familia dominicana acuartelada, bajo un estado de terror, sin importar su estatus social.
Ahora mismo, nadie está seguro ni en sus aposentos ni en el mar incierto de las calles.
Dios nos proteja.