Existe una opción menos traumatizante de seguir los acontecimientos políticos en estos días: en la ruta de los memes que nos invaden en redes sociales, principalmente.
A pesar de la risa o la honda reflexión los últimos días arrojaron eventos determinantes no solo para el proceso eleccionario venidero sino para la configuración de la democracia dominicana por las enmiendas al marco normativa producido por las altas cortes a varios artículos tanto de la Ley 15 – 19, Ley Orgánica de Régimen Electoral como la Ley 33-18, Ley de Partidos, Agrupaciones y Movimientos Políticos.
Vivimos el proceso de ajustar las normas a la realidad de nuestras posibilidades, vivimos en “el país de lo posible”, sobreponiendo lo urgente por lo necesario, se produce un intenso activismo que ha de quedar en la historiografía política dominicana, como el primer intento de apertura a liderazgos emergentes dentro de un partido mayoritario en los primeros veinte años del presente siglo.
El Partido de la Liberación Dominicana (PLD), eje del sistema de partidos, referido a Sartori tenemos uno de tipo partido predominante, ha sabido capitalizar sus crisis y ha satisfecho el morbo con expectativas. Mientras la oposición se sienta a ver una película en pantalla gigante sin acertar nunca con el final.
La Era de Acuario, aunque ya agotada, pudiera dar nombre a este espacio histórico. En algún lugar deben vivir los delfines que saltan en la procura de la atención nacional, metáfora que lo asocia al espectáculo, pero dejemos en tranquilidad los cetáceos.
En pleno siglo 21, se prefiere una referencia tan antigua con la de delfines, con razón podemos dudar de los ribetes de avance. El término proviene de Dauphiné, antigua provincia del sureste de Francia perteneciente al conde Humberto II de Viena, quien vendió el condado a Felipe VI de Francia en 1349 poniéndole como condición que el heredero al trono francés debería ostentar el título de Dauphin (Delfín). Cinco siglos hasta la Revolución Francesa y en la actualidad, el término delfín también se utiliza para referirnos a la persona designada para suceder a otra en un cargo.
La postergación del relevo es uno de los escenarios posibles en el proceso interno de la fuerza política que gobierna. La polarización de los liderazgos centrados en marcas personales muy fuertes, hicieron que se suscribiera un acuerdo entre seis precandidatos para escoger el aspirante del grupo que se inscribe en lo que ha sido nombrado, pero no conceptualmente definido, como “Danilismo”.
Al margen de la agenda de la Junta Central Electoral y los plazos de ley, va un cronograma que implica la legitimación por la heredad del G6, una facción que debe convencer de autonomía a la vez de convivir con un líder que, aunque con limitaciones constitucionales para lo electoral, está llamado a retener una determinante cuota de poder.
Apelar a la popularidad que arrojen encuestas no ha dado buenos resultados en la experiencia reciente. Cuando lo personal entra a juego el político prefiere que le cuenten sus votos, aunque sean pocos. Superar el trauma que implica tener un favorito es un asunto tan viejo como cierto, sino la referencia bíblica de Jacob y Esaú en el Génesis nos pudiera dar luz.
De las variaciones y los humores de cómo se maneje el “G6” más los aspirantes que mantienen cercanía pero no han suscrito el acuerdo, dependerá el mensaje de cómo manejar el tránsito de liderazgos internos, al menos en facciones.
Lo venidero, el proceso de primeras, también nos convoca, como ciudadanos atentos a las especies que viven en las turbulentas aguas de los mares de nuestra política.