El tránsito es una debacle. Las autoridades y los profesionales que estudian el fenómeno se apresuran en señalar culpables. Y por aquello de que “la soga siempre rompe por el lado más débil”, estos sectores concluyen diagnosticando la fiebre en la sabana.
En consecuencia, los entendidos en la materia, cargan el dado del caos del tránsito en la ciudad, a la ausencia de educación de los conductores. Según los sesudos expertos, la debilidad se evidencia en el desconocimiento que tienen los choferes de la Ley 241 que rige el tránsito.
La Autoridad Metropolitana del Transporte, AMET y el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC), se ocupan de la contrariedad. En efecto, de un tiempo a esta parte, el desordenado transito es tema obligatorio para ambas instancias gubernamentales.
Ahora bien, al debatir las razones del desastre, nadie en su sano juicio dejaría fuera la ignorancia de conductores y usuarios. Es obligatorio señalar lo airado que se ponen los choferes cuando un semáforo deja de funcionar y los agentes de AMET, ni se enteran. En cambio, si el mismo semáforo funciona de maravillas, los agentes están activos, cediendo el paso al lado equivocado, donde la luz está en rojo. Los “especialistas” creen que si se sincronizan los semáforos, buena parte de este problema estaría resuelto.
En medio de la maraña de circulación vial, los motociclistas son los malos de la película. El maleficio es más tenebroso al observar los nombrados deliverys, mensajeros motorizados que conducen temerariamente sobre dos ruedas, ¿o en una sola? Los motoristas se cruzan entre los vehículos en movimiento, sin importar el peligro que corren, menos aún, las consecuencias para los transeúntes.
De nada vale señalizar las intersecciones de las calles con líneas amarillas entrecruzadas. Las autoridades policiales y la propia AMET son los primeros en violentar estos cruces.
Una realidad innegable son los inconvenientes que causan los choferes de carros de concho y las llamadas guaguas voladoras. Estos transportistas no respetan los conos amarillos utilizados para agilizar la circulación en las intersecciones, hacia la derecha e izquierda, según el caso. La solución mágica a la situación es construir muros de hormigón, así concluyen los estudios realizados. Esos no los podrán violentar, dicen.
Los dichosos expertos se resisten a ver la realidad. En el menor de los casos, nadie habla, por ejemplo, del paso alegre de funcionarios empinados del gobierno por los semáforos en rojo. Los aliados y relacionados del Poder se bastan con una tarjeta que los acredite como amigo especial del general de turno, merito suficiente para violentar cualquier ley. El lector recordará el sobrino del ministro de Interior y Policía que lesionó un agente de AMET y luego se desmontó del vehículo y le increpó “tu sabe quién soy yo buen mojón. Yo soy el sobrino de Monchy”.
Las multas puestas a las amistades de los funcionarios son anuladas por órdenes expresas de sus amigotes. Luego, los multados regresan donde el agente y les estrujan en su cara el recibo anulado, para que sepan que él está pega’o.
Estas exageraciones las ve cualquiera y “lo que está a la vista no necesita espejuelos”.
Los llamados expertos se resisten a admitir la ausencia de una cultura de planificación que permita prever los resultados de una u otra acción. Inclusive, los profesionales del área y las propias autoridades “competentes” creen que planificar se limita a redactar planes novelescos. Ignoran con irresponsabilidad rampante, que planificar es una práctica de vida, ¡una cultura!
Lo que nadie quiere ver es que la falta de voluntad política es el problema de fondo en el tránsito. De hecho, un sindicalista del transporte, en una declaración de prensa lo expreso de manera elocuente.
— Después de Hamlet Hermann, los AMET están de vacaciones –, dijo.