Diversos factores han determinado que se vayan apagando las protestas de los principales líderes de la oposición por las irregularidades cometidas por el gobierno y la JCE, durante el pasado proceso electoral y que comience a aposentarse en esta sociedad ese limbo político, esa incertidumbre, post electorales tan frecuentes. Se apagan las protestas, porque por su forma y su contenido se percibe que están limitadas a algunos resultados particulares, sin llegar a una impugnación formal del resultado total del proceso, además por el carácter tardío de la coincidencia política de esos dirigentes, por lo cual, tanto fuera como dentro de sus colectividades políticas, se acentúa un sentimiento de incertidumbre que es necesario enfrentar.
El limbo post electoral es frecuente en el país, pero este no puede verse simplemente como parte de nuestra cultura política. Lo que en esencia caracteriza y diferencia este limbo político de los otros es que en gran medida es la continuación del contexto político que existía antes de las elecciones: un poder cuasi absoluto con vocación continuista y una oposición carente de una fuerza política con capacidad de desafiar sola y con éxito a ese poder; y una gama de fuerzas menores conscientes de esa realidad, pero sin que hasta ahora den señales de poseer los necesarios atributos de generosidad y de formación políticas que les permita cambiar las actitudes por ellas mostradas durante todo el largo discurrir del proceso político pre electoral.
En el fondo, más que por las irregularidades y abusos en que discurrió el proceso electoral, antes, durante y después de las votaciones, lo que más abruma a la población, en sentido general, es la constación de que de ese proceso el poder peledeísta haya salido fortalecido en términos de su representación en los poderes del Estado, y que del mismo haya emergido una fuerza opositora importante pero hasta ahora percibida como insuficiente para enfrentar ese poder y sin que los grupos minoritarios hayan logrado salir de una condición de irrelevancia electoral que de manera sostenida los margina del sistema de representación y de su importancia en tanto fuerza política y electoral en el imaginario colectivo.
Esa circunstancia obliga al espectro opositor a repensarse y a todo aquel que de alguna manera quiere que esta sociedad salga del inmovilismo y postración en que se encuentra, pensar en formas inéditas de alianzas políticas que superen la mera sopa de siglas o los gestos tardíos de unidad, como la referida al inicio de este texto. He dicho: de alianzas políticas, no unidad estricto senso, porque lo esencial es saber articular y potenciar una diversidad de intereses de sectores políticos, profesionales, intelectuales gremiales, sindicales, productivos, estudiantiles, etc., deseosos de cambios sustantivos.
Para ser efectiva, la política más que en los procesos electorales, se hace diariamente articulando las demandas de esa pluralidad de actores.
Es imprescindible que la oposición asuma con seriedad un profundo examen crítico de sus respectivas participaciones en los comicios y una voluntad de extraer lecciones que les permitan un cambio de actitudes pasadas y evitar que el presente limbo profundice los vicios y taras que tantos daños le han hecho a ella y al país todo.
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