Los discursos de toma de posesión o de rendición de cuentas ante el Congreso de la República, de la generalidad de los presidentes de este país, casi siempre se caracterizan por su vacuidad y el manejo superficial, acomodaticio o mendaz de las cifras. El discurso del presidente Medina el pasado 16 de agosto se mantuvo en ese patrón, ganándose la crítica de analistas, políticos y de diversos sectores de la sociedad civil, no tanto por las imprecisiones y carácter fantasioso del discurso, sino porque las omisiones en que incurrió, además de inexcusables evidencian un Danilo que, desafiante, manifiesta un control cuasi absoluto de su partido y una intención de gobernar sin escuchar a propios y ajenos.
En general, en esto último no se diferenció del ex presidente Fernández, en gran medida porque a pesar de la diferencia de sus respectivos estilos, ambos son expresiones de la arrogante y avasallante cultura peledeísta. La diferencia está en que el reciente discurso de Medina lo hace en un contexto donde por primera vez en el PLD, una facción tiene el dominio cuasi absoluto del partido y del gobierno y esa circunstancia constituye una seria amenaza no sólo para Leonel y su facción, sino para todos los sectores de la oposición política y para la sociedad civil. Leonel fue arrogante desde el poder, pero el contrapeso que tenía dentro de su partido limitaba los efectos de la vocación centralista de él y de esa organización, contrario a lo que ocurre ahora con el presidente Medina.
Este último después del discurso, enseñando sus dientes, barrió los principales remanentes del leonelismo, manteniendo sus más cercanos miembros de su facción e incorporando a algunos fieles asociados a su proyecto político, casi todos vinculados a proyectos económicos personales no siempre desligados de las compras y contrataciones de determinadas áreas del gobierno. Entendiendo que tiene todo el poder en sus manos, se embarca en su nueva aventura de gobierno haciendo caso omiso a los reclamos de respeto a la institucionalidad formulados por diversos sectores, a los nubarrones que se ciernen sobre la economía del país, por factores internos como externos, del peso muerto de la deuda externa, de la incertidumbre sobre el desempeño que podrían tener determinados funcionarios en cargos que no se corresponden con sus respectivos perfiles, etc.
Por tanto, la oposición debe tomar nota de que estamos ante un presidente que, envalentonado, saca sus dientes al alcanzar, su Congreso, su gobierno y su casi definitivo triunfo en su lucha intrapartidaria, mandando un mensaje de que su poder lo ejercerá sobre la base de las reglas que imponga su partido. Sin embargo, hasta el momento la oposición no ha mostrado sus dientes, e independientemente de los gestos de firmeza que sobre algunas cuestiones han mostrado determinados sectores de ella, algunas de sus franjas políticas parecen seguir en sus burbujas sin mandar señales de que saldrán de ellas.
Ojalá que la oposición social y política hayan comprendido que el desplante del Presidente de no referirse a sus reclamos en su discurso significa un desafío que debe ser tomado en serio, y prepararse para una batalla que todo indica será bastante dura.