En este país, pocas veces la convocatoria a una marcha de protesta política ha concitado tanto interés como la convocada para el próximo domingo 22. Esta ha generado muchas expectativas y, como siempre, el gobierno a través de sus voceros y bocinas ha bajado al ruedo para tratar de minimizar o mitigar sus efectos. Es natural, ante todo llamado a marcha los gobiernos se ponen nerviosos, y más cuando esta se realiza en un particular contexto internacional de denuncia de corrupción, en la que están envueltos ex presidentes, presidentes en ejercicio y figuras relevantes de todos los poderes. En ese sentido, reflexionar sobre el contexto político en que se realizará la próxima marcha resulta clave para calibrar su significado de cara al futuro del país.
En efecto, el dinero del soborno que dice la empresa Odebrecht pagó para lograr la asignación de varias obras del Estado sirvió para comprar a varios legisladores para que aprobasen la modificación de la Constitución y posibilitara la reelección del presidente Medina; también, como parte del dinero para financiar su campaña y para enriquecer a diversos sectores del empresariado dominicano y de profesionales mercenarios. Ese hecho, que forma parte de una trama internacional de sobornos y fraudes de la referida empresa agrava la credibilidad nacional e internacional del gobierno y de su presidente, y produce indignación en diversos sectores de la vida nacional. Pero, a pesar de la gravedad del caso, no se puede subestimar el margen de maniobra del gobierno para enfrentar su situación.
La estructura clientelar creada por esta administración, el mercado cautivo de aprobación que tiene, fruto de las dádivas a los sectores populares, el hecho de que por el momento su partido no evidencia fisuras de gran calado, de que tenga comprada gran parte de la cúpula empresarial e inhabilitada una significativa parte de las colectividades políticas que le adversan, determina que como sociedad no estemos en una situación de ruptura o cambio social, como dicen algunas figuras relevantes de la teoría del cambio social, como Etzioni y sztopampka, por ejemplo. Sin embargo, hoy día los procesos de cambios se producen de la manera más inesperada e insólita, de hechos aparentemente de poca potencialidad.
En ese tenor, es difícil sostener categóricamente y de manera derrotista, que la marcha y las protestas no cambiarán nada, que todo seguirá igual, como afirman o insinúan algunos, o juzgar y sobrestimar los resultados de la marcha a partir de la cantidad de personas que ésta convoque. La cantidad de participantes es importante, pero lo es más la calidad y cantidad de sectores que en ella participen. También que, aunque su objetivo se relaciona con el proceso judicial seguido a los implicados en los sobornos de Odebrecht, la marcha no se limita a la condena de ese hecho, ni a las acciones del gobierno para viciar la acción de la Justicia, sino que es una acción política que busca crear un movimiento ascendente contra la estructura política/económica/ mafiosa que desfalca, desguaza y desgobierna este país.
Tener presente estas cuestiones es fundamental para que la marcha exprese sus potencialidades y sea mucho más que un evento.