Después del anuncio en que el presidente Danilo Medina anunció su saludable decisión de no repostularse, las fuerzas democráticas y opositoras tienen razón para celebrarlo como un triunfo.
Pero lo más avanzado de todo ese conjunto comprenderá que, superado ese obstáculo, hay que seguir bregando por el cambio y, sobre todo, por darle contenido y visión de más alcance al cambio.
Las aspiraciones a cargos electivos son cosa normal en todo proceso electoral, no obstante, sería un error limitarse meramente a eso. Salir del PLD o sacar al PLD en 2020, es una consigna correcta, sin embargo para la causa democrática las cosas deben limitase a sacar un partido o un mal gobernante del Palacio.
Ya hemos salido de otros gobiernos continuistas y se han logrado determinados avances, pero han sido tan superficiales que aun hoy tenemos que seguir luchando por muchas cosas por las que empezamos a luchar desde que mataron al déspota Trujillo.
Porque al procurar esos cambios de gobierno la visión se redujo al logro del objetivo inmediato y la fuerza que capitalizó el deseo de cambio y se quedó con el poder, se transó, modificó la fachada y dejó intactas las viejas bases del edificio, incluyendo lo moral y judicial, donde siempre ha prevalecido el borrón y cuenta nueva que inauguró Juan Bosch frente a los trujillistas en 1962. Así se entronizó la impunidad.
Hoy la fuerza política que se revela como la mediación para lograr el anhelado cambio de gobierno es el Partido Revolucionario Moderno. Pero ocurre que hasta el momento, los planteamientos de esa fuerza no van más allá de la crítica al gobierno y en cuanto a reformas democráticas y progresistas es muy poca cosa lo que exhibe.
Sin hablar de su línea internacional que es medularmente conservadora. Ese es su derecho. Pero es el deber de las fuerzas más avanzadas alentar al PRM en su lucha opositora, pero levantar como reclamo propio las demandas programáticas, las reformas progresistas que un cambio auténtico requiere.
La transición hacia un régimen democrático sigue pendiente desde hace mucho tiempo. Hay una revolución democrática inconclusa desde los tiempos de la primera República, y sin pretender ir más lejos que lo que un momento no revolucionario permita, no se debe olvidar que el cambio tiene real sentido si guarda correspondencia y contribuye dentro de lo posible al logro de esas metas históricas inconclusas.