La generalidad de quienes accionan y opinan de política, no tienen claro que no siempre o, mejor dicho, casi nunca, las diferencias entre los jefes políticos de una misma colectividad o de colectividades diferentes, se basan en divergencias políticas o de adscripción a determinados principios, generalmente sus discrepancias son de carácter personal o de personalidad. Queriéndolo o no, el principio se trastrueca en orgullo y sus decisiones no son vinculantes a nada que no sea, básicamente, el mantenimiento de la “pureza” de su ser político/personal. Lo que actualmente acontece en España, al igual que lo sucedido en otros países, motiva esta reflexión.
En Italia, en 1996 se instala un gobierno de centro izquierda con el apoyo externo de los comunistas agrupados en Rifondazione Comunista. En el 98, el primer ministro introduce duras medidas para restringir el gasto y mayores impuestos para relanzar la economía, una franja de Rifondazione las apoya como única manera de impedir la caída del gobierno y de detener el ascenso de otro de derecha encabezado por Berlusconi; otra, apelando a principios, las condena. Se somete al Congreso la vo tación la confianza al gobierno y el secretario general del referido partido vota contra. Resultado 312 a favor y 313 en contra, cayó el gobierno y Berlusconi subió al poder. Una vergüenza y tragedia para Italia.
En España, Podemos no vota por la investidura del candidato del PSOE, Pedro Sánchez, que se presentó aliado a Ciudadanos, como única alternativa a la continuidad de Rajoy y su PP en el poder. Apelando a principios, Podemos votó contra por su ob jeción a Ciudadanos. Prefirió que se volviera a unas segundas elecciones. Estas se hicieron y a pesar de que Podemos se unió a Izquierda Unida, ambos dejaron en el camino más de un millón de votos de los por ellos conquistados en las primeras y no sólo eso, sino que el PP incrementó su número de representantes.
A pesar del rechazo generalizado a unas terceras elecciones y ante la posibilidad de que PP incrementase su votación en esos eventuales comicios, el secretario general del PSOE y muchos de sus seguidores, apelando a principios, mantuvieron la posición de votar contra cualquier intento de investidura de Rajoy. No les importaba ir nuevamente a unas elecciones con previsibles consecuencias desastrosas para el PSOE y un eventual incremento de votos para el PP, según las encuestas.
Sánchez naufragó en su intento y se impuso una mayoría en la dirección del PSOE que ha impuesto la línea de la abstención de ese partido cuando Rajoy presente su investidura. Evitarán otra debacle electoral y en otro escenario político tratarán de salvar lo salvable.
Aquí, en las elecciones del 2012 se decía que era ineluctable un triunfo del PLD si la oposición no se unía, por “principios” algunos no lo hicieron y el candidato de ese partido ganó por algo más de un 1%. Lo mismo sucedió en este 2016 y la ventaja se multiplicó casi por 30. Esas actitudes impolíticas son difícilmente explicables desde una perspectiva política, quizás sí en clave psicológica. Muchos, ante la incapacidad de una respuesta responsable, funden o confunden los conceptos principio y orgullo.