Horacio Vásquez era un ambicioso de poder. Miembro de la burguesía cibaeña, carismático, surgió como un héroe de su participación en el ajusticiamiento de Lilís el 26 de julio de 1899 y por la firme conducción del movimiento que siguió a ese hecho y barrió los restos de la tiranía.
Ocupó la presidencia provisional para organizar unas elecciones que se hicieron en octubre del mismo año y tuvo un gesto de inusitado desprendimiento, cuando, ante un país que lo aclamaba como un ídolo, recomendó a don Juan Isidro Jimenes para la presidencia de la República y él se limitó a la vicepresidencia.
Era la oportunidad de encausar el país por sendas nuevas y superar las consecuencias de los horrores y la corrupción de la tiranía lilisista.
Pero picó el gusano de la ambición y don Horacio empezó a conspirar contra su propio gobierno.
El 26 de abril de 1902 encabezó un levantamiento sedicioso que tumbó al presidente Jimenes, rompió el orden constitucional, dividió el país entre jimenistas y horacistas, bolos y rabuses, como se les denominó, y especialmente a partir del golpe del 23 de marzo de 1903 la República se hundió en el caos de las guerras civiles de tipo caudillistas.
Este caos paró en 1916, con la ocupación por ocho años de las tropas norteamericanas. Horacio no luchó contra la ocupación, pero desde que se anunciaron elecciones volvió a la carga y ganó la presidencia en 1924.
Juró por cuatro años, pero al llegar 1928, sus allegados lo estimularon a seguir en el mando bajo el argumento de que al momento de su elección regía una Constitución que fijaba en seis años los períodos presidenciales. Se quedó otra vez.
Y cuando llegó 1930, quería más, se lanzó a la reelección para quedarse como lo había hecho en 1924 y en 1928. Un gobierno viejo y dividido, un partido de gobierno dividido, el país hastiado, el presidente agotado, una administración desacreditada por una rampante corrupción.
La demanda del cambio y la renovación política era clara, pero Horacio desafió todo eso. Se agravó la crisis económica, moral, institucional y militar.
Por el vacío creado entró Trujillo y el país pagó las consecuencias y se hundió de nuevo, porque un presidente se apegó al poder más allá de lo razonable y se negó a darle paso al cambio.