En buen dominicano, piñata significa: “a la garata con puños!”. En eso han convertido nuestra clase política al Estado dominicano, una perversidad que se ha sido acentuando hasta la náusea durante los gobiernos del PLD. De parte del Estado, nunca se había visto tanto descaro en la compra de partidos, de robos y repartos de los dineros, los puestos y bienes públicos a rufianes de toda laya: tránsfugas, empresarios y hasta religiosos que afrentan sus instituciones e intelectuales que deshonran su rol. Nunca como ahora había sido tan necesaria la presencia de gentes insobornables en las instituciones claves del Estado.
El transfuguismo y la compra de partidos y conciencias siempre ha sido práctica en la generalidad de los sistemas políticos, aquí el fenómeno es viejo. Sin embargo, nunca como ahora esa depravación había sido tan generalizada, nunca el tránsfuga o el partido/tránsfuga habían tenido la rentabilidad que tienen ahora, jamás se había utilizado una institución del Estado, como TSE, para legalizar las compras, servicios de tránsfugas, partidos y una reelección presidencial.
Aprovechando la piñata, algunos sectores religiosos demandan que se les asigne un “valor comprendido entre el 5% y el 10% del Impuesto sobre la Renta de los salarios que perciben los empleados públicos y privados, actualmente recaudado por el Estado y que sea entregado por cada creyente a la iglesia de su elección”.
La referida demanda es inaceptable desde el punto de vista institucional, pero lo es más por el carácter falaz de su patriotera justificación, la cual debe ser rechazada por todo aquel que en verdad quiera que este país cambie.
De igual modo, en el caso del tránsfuga y de los partidos/tránsfugas, difícilmente se pueda evitar que esa nociva práctica siga fortaleciéndose y generalizándose, si partidos opositores de diversos signos en cierto modo también lo practican.
No todo cambio de casaca tipifica como transfuguismo, pero es innegable que la generalidad de quienes lo hacen no son más que eso: tránsfugas y en la puja por ganarse a estos, quienes más ganan son aquellos que tienen el control del Estado/piñata.
La cultura del Estado/piñata se ha extendido tanto que, con sus naturales gradaciones, permea la generalidad de la clase política dominicana, una circunstancia que tiende a profundizarse, haciéndose más compleja y peligrosa.
En parte, esa tendencia hace más difícil la materialización de una política de alianza entre todas componentes de la oposición, pero, es precisamente esa inexorable y corrosiva tendencia lo que la hace más urgente dicha política, la que exige a determinados sectores de la oposición la inteligencia, flexibilidad e ineludible responsabilidad política de que ha adolecido en momentos cruciales de su historia.
A falta de condiciones para para producir una ruptura del sistema, esos sectores están compelidos a impulsar acuerdos en diversos espacios de representación con la principal fuerza opositora, para hacer realmente viables la elección de algunas excelentes candidaturas congresuales y municipales ya proclamadas.
Se requiere de gentes insobornables y competentes en las instituciones del Estado, pero en significativas cantidad y calidad para, con buenos ejemplos, desde allí limitar de manera más concreta la sostenida expansión de la cultura del Estado/piñata en la sociedad dominicana.