Se amplían de manera sostenida las quejas sobre la precariedad de los principales servicios y equipamientos de la ciudad de Santo Domingo y del discurrir de la cotidianidad en esta urbe. La incesante agudización del caos en el tránsito y el transporte, el incremento de la percepción y realidad de la inseguridad ciudadana, junto a la sensación de que no existe autoridad alguna a la cual dirigirse para expresar sus quejas o demandas, están generando una mezcla de angustia en todas las clases y segmentos de la población que ha degenerado en miedo a la ciudad y en una paralizante incertidumbre sobre su futuro, que indefectiblemente tendrán funestas consecuencias para la economía capitalina y de todo el país.
El miedo a transitar a pie en cualquier espacio público o el estrés que provoca transitar en vehículo por las redes viales primarias y secundarias de la ciudad, están provocando que la gente tienda a recluirse en los espacios privados, en grandes centros comerciales, en los complejos habitacionales construidos como especie de ghetto de espalda a la ciudad y que mucha gente sea renuente a frecuentar lugares que implique traspasar los límites de determinadas avenidas. Así, se acentúa una de las principales carencias de Santo Domingo: su precaria cohesión territorial, además de su extremada insuficiencia de locales públicos para el consumo de comidas y bebidas de cierta calidad y de fácil acceso desde el punto de vista económico que promuevan el uso de las calles y potencien las relaciones interpersonales.
Los altos índices de movilidad urbana contribuyen a que existan altos índices de frecuencias en las relaciones interpersonales, en las visitas a amistades y familiares, que son indispensables para elevar la cohesión social y la identidad de la gente con el entorno que moldea y da sentido a su vida. La tendencia hacia bajos índices de movilidad urbana que podría estar produciéndose en esta ciudad no solamente tiene consecuencias funestas para su cohesión social, sino para el desarrollo de su economía local, la cual es la más importante del país. Es este uno de los tantos impactos negativos que produce la irracionalidad del tránsito y transporte público y privado sobre la economía y el tejido social de la ciudad, sin que hasta ahora se vislumbre una solución a breve o mediano plazo.
En general, la vida en la esfera pública discurre en los grandes centros comerciales, la ciudad virtual, que son el refugio protector del miedo a la ciudad y santuario del consumo del tiempo libre, de mercancías y comidas para un gusto de una cultura consumista estandarizada, al margen de toda identidad con lo local o lo nacional. Además, la concentración de la distribución de mercancías en grandes centros, implica la limitación y/o desaparición del pequeño comercio, cuyas consecuencias en economías urbanas de países como el nuestro tiene un impacto devastador para ese comercio que tanta vida da a la ciudad. Estos problemas son resultados de la inexistencia de una visión integral de ciudad de parte de unas autoridades municipales y nacionales displicentes que han perdido el control de una urbe que crece caóticamente y que vivir en ella produce miedo e incertidumbre.