Los imaginarios culturales crean un prototipo de mujer al cual hay que subsumirse para ser aceptada en los grupos sociales o familiares. Alejarse de ese modelo repercute en sanción o aislamiento.
Desde niñas las mujeres en los procesos de formación son obligadas a asumirse como “niñas buenas”, en el desempeño de roles dedicados a la atención y servicio, y a la represión de conductas asociadas a la sexualidad: De estas expectativas se derivan tareas, tales como: cuidar hermanitos/as, ayudar en las tareas domésticas, mostrar los pantis es un escándalo al igual que expresar tener un novio. Manifestar rabia o enojo es también una conducta de las “niñas malas”, valoraciones que son completamente diferentes cuando estas emociones son sentidas por los niños.
La obediencia o el apego a estos moldes es premiada. Pero a la “niña mala” se le rechaza y se estima negativo el que no le gusten las tareas domésticas. Si es asertiva en la comunicación franca y sin miedo, se le considera“respondona y malcriada”; si es activa en el relacionamiento y circula por espacios públicos se dice que anda de “marimacho” en la calle, jugando con niños o con otras “niñas malas”. De esta forma, estas “niñas malas” tienen oportunidad de crear habilidades de negociación en las relaciones interpersonales con los varones y socializarse con ellos desde perfiles de igualdad y solidaridad.
Al ocupar el espacio privado relegado a tareas tradicionales en la actitud de sumisión, las mujeres son moldeadas en el rol de pasivas que puede conducir al de la victimización en las relaciones interpersonales en otros espacios públicos y en las relaciones con los hombres y con las parejas.
De esta manera se crea el prototipo de “mujer buena” y “mujer mala” y con él la disociación con la libertad de la personalidad e incubación con sentimientos de culpa, al no cumplir con los estándares que se le quieren imponer.
Esta forma disociada que dificulta la autonomía de la mujer, repercute en que tenga ambigüedad y permanezca en un debate interno de inseguridad en las relaciones de pareja violentas. Dejarlo implica caer con la culpabilidad de la división familiar “porque solo busca su aspiración personal, no se sacrifica por sus hijos e hijas”. “La mala”, de acuerdo al contexto, carga también con la culpa de la pérdida de la virginidad y el miedo a no encontrar un buen marido ante la falta cometida. También, a soportar violencia de la pareja por haber tenido experiencias sexuales previas.
Practicarse un aborto, es otra causa de culpabilidad de la “mujer mala”, al compararlo con un crimen sin tomar en cuenta los conflictos internos y las situaciones extremas que llevan a una mujer o a una joven a tomar esta decisión, ni que es contra ella que el Estado y la sociedad actúan al no ofrecerle ninguna opción. Estas situaciones, también son mecanismos para culpabilizar a la mujer y reforzarle el estigma de “mujer mala”.
Son estas negaciones, mecanismos de opresión y control que juegan de diferentes formas, invisibilizados pero reproduciéndose y reforzándose en el asociativismo machista. Son las redes de mujeres a través de sus ritos, encuentros y complicidades, incluyendo las de hombres comprometidos, las que pueden desmontar estos entramados, retando el poder patriarcal y sus simbologías, y revirtiéndose en autonomías y libertades.