Sus orígenes son de clase media promedio. No tenían apellidos sonoros. No eran Bush, ni Ford, ni Rockefeller, ni Kennedy. La excelencia académica los llevó a universidades prestigiosas: Bill Clinton fue a Georgetown y Yale, Hillary Rodham a Wellesley y Yale.
En Yale se conocieron cuando estudiaban derecho. La decisión clara de Bill Clinton de entrar en la carrera política lo llevó de vuelta a Arkansas, su estado de origen. Acumular poder político no era tarea fácil. Tenía de su lado juventud y el Partido Demócrata, pero en decadencia.
Hillary llegó a la política por opción de su marido, y una vez en ella, empezó su difícil carrera. Bajo presión en Arkansas, tuvo que cambiar su apellido después que Bill Clinton perdió una contienda electoral. Mantener el Rodham era inaceptable en aquel estado sureño conservador. Ser abogada en ejercicio tampoco era muy bien visto. La función de la esposa de un gobernador era cumplir funciones de ama de casa y entretenimiento social. De ahí su famosa expresión en una entrevista de que su misión no era quedarse en la casa horneando galletitas.
Las rigideces de los códigos de género la obligaron a ser ama de casa a pesar de sus talentos profesionales y políticos, y el seductor Bill Clinton la sometió a los embates del machismo: la humillación de relaciones extramaritales.
Ojo: si Hillary tuviese acusaciones de infidelidad, no hubiese llegado a ser senadora, ni Secretaria de Estado, ni candidata presidencial. La infidelidad es licencia para los hombres públicos, no para las mujeres. Haber aceptado esas infidelidades fue lo primero que se utilizó para descalificarla por ambiciosa y oportunista. ¡Vaya paradoja!
Ya gobernador, Bill Clinton encontró una brecha para seguir ascendiendo en la política. El Partido Demócrata estaba en el suelo, reinaba Ronald Reagan en la década de 1980 con su revolución neo-conservadora. Clinton lideró un movimiento llamado de “nuevos demócratas”, que buscó reposicionar el partido más acorde con los tiempos.
Ganó la presidencia de Estados Unidos en noviembre de 1992 porque los conservadores dividieron su voto entre George H. W. Bush en reelección y el candidato independiente Ross Perot, que impulsó un movimiento de nacionalismo económico en pleno avance de la globalización. Esa división entre los votantes del Partido Republicano también ayudó a Clinton en la reelección de 1996.
Clinton fue un interregno demócrata en medio del conservadurismo de Ronald Reagan y los Bush. Sus políticas públicas tuvieron que ajustarse a la apertura comercial, la desregulación de los negocios, y la reducción de los programas sociales; todos hechura de los republicanos, que pasaron ocho años maquinando cómo sacar a Bill Clinton del poder, hasta llegar al escandaloso juicio político por el affaire con Monica Lewinsky.
En la Casa Blanca, Hillary Clinton tuvo que ajustarse nuevamente a ser ama de casa. Su designación para presidir la reforma de salud terminó en fracaso. Los republicanos en el Congreso se opusieron con uñas y dientes, la ridiculizaron, y un gran segmento de la ciudadanía consideró inapropiado que la primera dama tuviera un rol activo en las políticas públicas.
Fuera de la Casa Blanca, la senaduría de Nueva York le abrió camino propio, que siguió como miembro del gabinete de Barack Obama, y luego, su postulación como candidata demócrata para estas elecciones después de haber fracasado en el intento hace ocho años.
Ha sido un largo trajinar para Hillary Clinton, de abogada a ama de casa, de ama de casa a política. Un trajinar con altos y bajos, aciertos y desaciertos, éxitos y fracasos, hasta llegar a estas históricas elecciones.