En la campaña, la oposición planteó que las encuestas de las principales encuestadoras eran falsas, que las pagó el gobierno. Después de las elecciones ha declarado un gran fraude electoral y demanda nuevos conteos o nuevas elecciones.
Mientras contaban los votos, las evidencias de irregularidades se acumularon, y por demás, el conteo ha sido muy lento. Ergo: la creencia de que hubo fraude se fue asentando.
Los problemas en estas elecciones han sido múltiples y vienen desde mucho antes del 15 de mayo. Aquí una lista resumida de lo dicho y redicho.
Primero, gran desigualdad de recursos y de organización entre los contendientes. Segundo, inexistencia o precariedad de leyes reguladoras. Tercero, fue un error de los partidos aprobar el conteo electrónico porque en este país hay tradición de fraudes, y automatizar el conteo creaba mayor incertidumbre (aunque vale aclarar, aquí todos los fraudes del pasado fueron con conteo manual). Cuarto, tardanza de la JCE en traer los equipos de conteo electrónico.
Quinto, los colegios electorales no estaban todos listos a las seis de la mañana. Sexto, hacer un conteo electrónico y otro manual fue una insensatez. Si la oposición desconfiaba del electrónico y la JCE accedió al manual, los equipos electrónicos debieron guardarse y sólo hacer el manual. Un doble conteo duplicó el trabajo para un mismo objetivo y colapsó el sistema de conteo rápido.
Este tollo electoral sorprende, particularmente, porque es de suponer que a Roberto Rosario, como jefe de una organización electoral internacional, le convenía salir bien de este proceso. Ya registra un fracaso. Sorprende también porque en la JCE hay mucha gente con gran experiencia electoral cuya reputación quedará ahora maltrecha. Y sorprende porque si Danilo Medina quería coronarse felizmente como triunfador con un 60% de los votos, las denuncias de fraude empañan su elección.
¿Qué pasará ahora?
La oposición pide reconteo de todo o nuevas elecciones. Pero los llamados poderes fácticos, que inclinan la balanza en un sentido u otro, ya felicitaron al presidente; o sea que, aquí no habrá otras elecciones generales ni muchos reconteos.
Por su parte, el pueblo difícilmente se alce en armas (o sin ellas) porque no da mucho crédito a ningún político del gobierno o la oposición para embarcarse en grandes movilizaciones. Claro, eso no descarta que ocurran pequeñas protestas o muertes lamentables.
Estamos en un impase porque la JCE, único árbitro del proceso electoral, ha dejado de arbitrar con efectividad y eso desconcierta la ciudadanía.
La OEA trató de enmendar los problemas pidiendo que se apruebe la ley electoral y de partidos, pero éste no es tiempo de leyes. Es tiempo de pleitos y denuncias, y repito, no hay arbitraje adecuado de la JCE.
La oposición hace ruedas de prensa, protestas e impugnaciones, y así seguirá hasta cerca del 15 de agosto, porque el día 16, los perremeístas tomarán posesión en muchos puestos congresionales y municipales, y validarán las elecciones que han denunciado fraudulenta.
Los partidos pequeños también juramentarán sus poquitos funcionarios electos y luego se dispersarán, porque divididos comenzaron y divididos terminarán, aunque ahora se vean unidos en las fotos más inverosímiles.
En fin, estos meses serán de muchas denuncias e impugnaciones. Al final, los políticos (todos) se ubicarán donde siempre se ubican, en su ganancia personal y grupal.
Los resultados electorales que ya conocemos, por más fraudulentos que sean, serán los números que definan quién ocupa qué. Y a partir del 17 de agosto, todos los políticos (ganadores y perdedores) comenzarán a planificar alegremente para el 2020, porque la política dominicana se nutre de ese perenne bochinchear.