“Si una mujer llega a la política cambia la mujer, si muchas mujeres llegan a la política, cambia la política” .Es la célebre frase de Michelle Bachelet refiriéndose a la importancia del aumento del número de mujeres en los cargos públicos para visibilizar roles no tradicionales en estos espacios como ciudadanas ejerciendo actorías políticas.
El ejercicio de la participación y representación política como derechos humanos fundamentales ha sido negado a las mujeres durante mucho tiempo. La arena política ha tenido un predominio masculino, de ahí que la autora Line Bareiro las nombre como “las recién llegadas”. A pesar de ello las mujeres han acumulado experiencias y sabidurías desde sus vivencias.
En torno al papel político de las mujeres se construyen expectativas de roles tradicionales femeninos. La función del cargo público se ha relacionado a la asistencia social, promoción de valores familiares y religiosos, cuidado de la niñez y personas envejecientes, atención a mujeres embarazadas, entre otros. La libertad de participación en la política está ligada a la libertad del ejercicio del cargo, sin concentraciones de estereotipos, no es una exigencia que se pide a los hombres.
En este sentido, Alejandra Massolo advierte que no se pueda caer en virtudes esencialistas a las mujeres por sus roles de madres y cuidadoras de la familia. Estas virtudes se aplican y se interiorizan en las mujeres cuando se trata de argumentar y justificar su presencia en los espacios del poder público. El esencialismo estigmatiza y esquematiza a las mujeres, tanto como los estereotipos y la discriminación de género.
La autora Liliam Soto identifica dos tipos de liderazgos políticos que pueden ser proyectados por las mujeres: El liderazgo transformacional y el transaccional. El primero convoca voluntades alrededor de una visión de futuro compartida, surge como el adecuado para aproximarse al liderazgo femenino diferente. El segundo está basado en prebendas, intercambios de favores, influencias, premios materiales o psicológicos, y de los carismáticos que atraen sin que puedan encontrarse las causas racionales. Yo agregaría también, dentro de éste último, aquel que proviene de la “herencia familiar”. El liderazgo transformacional utiliza diferentes formas de encarar los problemas públicos, se dirige a la formulación de políticas efectivas, es facilitador de procesos colaborativos y creativos, y tiene la capacidad de identificar y lograr el compromiso de la gente interesada y afectada por el problema.
Después que una mujer supere los obstáculos internos partidistas, tiene la oportunidad de ejercer un liderazgo transformacional, apartado de alianzas con poderes fácticos y costumbres de la cultura política tradicional, comprometida con políticas y programas inclusivos, de promoción efectiva del desarrollo humano, y con las necesidades y exigencias de la mayoría.
A pesar de que la permanencia en los cargos no forma parte aún de la cultura, pues el número de mujeres reelectas es mucho menor al de los hombres, cuando una mujer postula o ejerce un cargo público por designación o elección es porque otras han tenido la valentía de exigir su derecho a ocuparlo confrontando con ello el poder político masculino.
Mientras más mujeres ocupen cargos de representación contribuyen a cambiar roles sociales tradicionales. Mientras más mujeres proyecten sus capacidades políticas comprometidas con voluntades colectivas, a través de un liderazgo transformacional, cambia la cultura política y patriarcal y con su ejercicio por ende fortalece la democracia.