Andaba mis primeros pasos en el feminismo. Después de haber tomado “Estudios de género” como materia optativa en la universidad, mi vida cobraba sentido profesional y existencial. Las rabias y resistencias a imposiciones me liberaban de las culpas, contradicciones y conflictos, aunque también empezaban otros.
En un asistido encuentro en la ciudad de Santiago, estaba encargada de la lista recibiendo a participantes. Preguntaban: Ya llegó Magaly? No sabía quién era. Después me enteré que era de la institución desde donde enviaban el Quehaceres. Ese periódico casual que traía informaciones tan extrañas, provocadoras e informativas. Por ahí me enteré que existía una Convención de Naciones Unidas sobre las mujeres llamada CEDAW, del número anual de feminicidios, de las denuncias sobre violencia, de los estudios sobre prácticas riesgosas de aborto, entre otros.
Así fuimos coincidiendo en constantes aquelarres conspirativos feministas. Siempre estaba informada, tenía contactos con quien menos se podía imaginar, no importara el partido. De paso actualizaba con noticias traídas de su último viaje, tenia siempre interés en transferir conocimiento, hablar de la última publicación de un libro; era maestra, instruía, cuidaba, y de paso tiraba algunos tips sobre el disfrute de la sexualidad.
No me gustaba asistir actividades en la capital, poco a poco lo fui aceptando como compromiso político, así me lo enseñaron y lo comprendí. La incidencia en procesos de reformas legales me fue acercando a ella, la fui conociendo. Hija de madre anti trujillista, militó en movimiento estudiantil en Puerto Rico, donde conoció a Juan Bosch durante su exilio, participó en la gesta de abril, recorrió Centroamérica germinando feminismo, tejiendo estrategias, politizando cuerpos e ideas. Había estado en Rusia, en la China, en la India, Nairobi, Tailandia, o en el pueblo más remoto que se pudiera imaginar.
El crecimiento en el feminismo me llevó a tener posturas diferentes a ellas, tuvimos encontronazos, varios. No fueron suficientes para romper el encanto de saludarnos con su alegre sonrisa, por cierto, coqueta aún en sus últimos días.
Era un lujo escuchar de su voz las vivencias en los días de la Revolución de Abril, los procesos de consulta en la creación de mecanismos de género en países latinoamericanos, la militancia en la izquierda dominicana, del trabajo en los barrios, o aquél regalo de sus quince años.
Ofrecerle mi brazo de soporte al bajar escaleras, al caminar cuando coincidíamos en eventos fuera del país, o cargar su cartera, era lo mínimo que podía devolver aquella maestra, impulsora del feminismo en República Dominicana.
Hablar de ti en el país o en cualquier lugar de Latinoamérica es hablar de liberación femenina, educación para la igualdad, participación política, techo de cristal, la violencia, el feminicidio, la situación de la mujer rural, la investigación feminista, la despenalización del aborto, brechas de acceso a las TICs, el estado laico, el racismo, la diversidad sexual, la explotación laboral infantil, o sorprenderse en el conocimiento capaz de adquirir y transmitir con el claro objetivo liberador feminista.