Mediar diferencias amedrentando, exigiendo imponer punto de vista unilateral con tono de voz y expresión corporal autoritaria es con frecuencia el mecanismo conductual culturalmente aprendido.
El que da primero gana, expresión conocida, con frecuencia utilizada y practicada por quienes desean quedar en el regocijo del ego antes que transar su punto de vista a la coherencia racional permisiva del momento o circunstancia.
Alimentar el ego es lo primero, derribar, viendo y sintiendo la otredad como adversaria. No importan sus ideas, sentimientos, la relación, los vínculos, inmediatez; y porqué no, los afectos.
Sede la persona pariguaya, débil, imponer es sinónimo “de darse a respetar”. No es casualidad este tipo de creencia, en la descendencia de esclavos/as, tiranías y triunviratos. Persistir para sobrevivir como si se tratara de una marca mitocondrial al histórico atropello.
¿Acaso existe aún la esclavitud? ¿Porqué no experimentarse en libertad? Evocar la inteligencia creativa en pro de sinergia grupal. Conquistar decisiones con la seducción de la propuesta inclusiva, elocuencia corporal armoniosa y respetuosa, canalizando relaciones democráticas.
La intolerancia a la violación de derechos tiene el límite de no reproducir la violación en el campo de la exigencia. No tengo que amar a quien viola, pero tampoco convertirme en su persona.
Las relaciones grupales hacia cambios colectivos construyen historias, afectos que merecen cuido; pero también diferencias que al ahondarse destruyen propósitos, crean retrocesos y retrasos en los procesos democráticos institucionales u organizacionales.
La cotidianidad, las presiones, hunden en la individualidad de los objetivos, confunden. El autoritarismo debilita los vínculos de afectos democráticos-constructivos: Verme en la otredad como compañía impulsora para hacer posible los sueños, las utopías.