En este febrero, una vez más recordamos la gesta de la dominicanidad y desde las aulas hasta los medios de comunicación, con banderas tricolor en las ventanas, rendiremos honor al masculino movimiento de la Trinitaria. Y entre generales y hombres de armas, por necesidad hay que recordar a las comunicadas, mujeres envueltas en la conspiración misma, heroicas y temerarias que fueron tan determinantes como los ilustres próceres. Solo una cultura reduccionista y patriarcal como la nuestra, ha podido ignorarlas.
A pesar del anonimato perenne, estas febreristas, Josefa Antonia de la Paz (Chepita), Ana Valverde, María Baltasara de los Reyes, María de las Angustias Villa, María Trinidad Sánchez, Manuela Diez, Rosa Duarte, Juana Saltitopa y tantas más, cuyos nombres se perdieron a fuerza de no figurar, deberían ser nombradas y reverenciadas.
Quizás conmuevan funcionarios corazones que decidan sacar del injusto anonimato las torturas, el silencio frente al pelotón de fusilamiento y la renuncia a la gracia de la vida por el precio de no delatar a los compañeros; los allanamientos; la ubicación en la línea de batalla; la pericia con las armas; la fabricación y el traslado de las municiones debajo de sus enaguas; la conjura y el peligro; los amaneceres en blanco y la decisión de liberar la patria.
También pudiera decidirse nombrar más calles con acciones determinadas femeninas tales como, “la calle de la cocinera”, “la de la lavandera”, “la de la niñera”, entre otras, cuya importancia reside en haber despejado la mente, el cuerpo, el espíritu y hasta el estómago, de los prestantes generales quienes, bien comidos, planchados y desahogados, pudieron hacer realidad el juego de los soldaditos de plomo.
Y reconocer la diversidad de los aportes y sus importancias, para así, valorar las participaciones de hombres, mujeres, niños, niñas, pudientes, pobres, personas de diferentes razas, religiones, etc., midiendo equitativamente aun con la pena de saber que sea para acciones bélicas. Sin olvidar a las febreristas nuestras, proponiendo a los maestros y maestras que, entre huelgas, paros e incomododidades propias de las campañas políticas reiteradas, les recuerden a alumnos y alumnas, esta parte de nuestra historia febrerina.
Y ya que estamos en eso, pensemos en el tremendismo heredado de estas gestas, que nos lleva a idolatrar, año tras año, las conversaciones caracterizadas por las acciones que valoran las guerras, la autoridad, el poder, la apropiación y la dominación. Tal vez, en este febrero, pueda renacer el propósito de una patria menos corrompida y violenta y más respetuosa y responsable.