La cultura, como la vida, es dinámica, cambiante. “Nadie se baña en el río dos veces, porque todo cambia en el río y en el que se baña”, nos señala Heráclito desde hace más de 2500 años. “No hay nada permanente, excepto el cambio”.
La lengua-cultura va ajustándose al estado de las cosas. Las palabras van acoplando sus significados, mientras los conceptos adquieren redefiniciones. Enfermedades surgen, evolucionan, desaparecen. Y brotan otras. La ciencia médica promueve políticas de salud, y el Estado las adopta para controlar las enfermedades. Esos avances del sistema de salud han dejado atrás varias imperfecciones físicas que eran común en nuestras comunidades barriales. Pongamos por caso el estrabismo.
Décadas atrás, cada pueblo tenía su “bizco”. Tampoco faltaba el “gamba’o”, el “gago” y el “mudo”. ¿Qué significan estos términos y cuales eran las dolencias que describían?
El “gamba’o” es la persona que nació con las piernas arqueadas, como si dibujaran un entre paréntesis. El gago, en cambio, es una suerte de tartamudo que se queda paa-paaa-paaaaaa-patinando en la primera sílaba de cada palabra. El mudo es la persona que, al padecer de sordera, no escucha los sonidos, lo que le impide desarrollar la capacidad de articular palabras.
Todas estas personas sufrieron, día a día, de la vecindad y hasta de su propia familia, maltratos, burlas y desconsideración. Los vejámenes se expresaban en improperios y términos despectivos. Siempre eran llamados por el mote relacionado con la molestia física que los afectaba.
El bizco es aquella persona con estrabismo, o sea, que tiene el problema visual que hace que los ojos no estén alineados correctamente y apunten en diferentes direcciones (Academia Americana de Oftalmología). El lenguaje popular elimina la z, produciendo un sonido duro y seco: “bico”. “Bico, ven acá”. El solo hecho de no pronunciar la (z) le imprime una carga de violencia despectiva a la frase.
En nuestros barrios es común el chiste que dice que si te encuentras con un “bico”, lo primero que debes aclararles es “¡Te vi primero!”. Y si no lo haces tendrás años de mala suerte. Más de una persona ha perdido la vida por cuenta de tal ofensa.
Bella Vista, Santiago de los Caballeros, barrio ubicado en el suroeste de la ciudad, al otro lado del río Yaque, tuvo más de un bizco en el pasado.
Felipe Marte, un joven adolescente, espigado, de hablar tosco, pero siempre vestido de manera formal, nació con un estrabismo en el ojo izquierdo. Sin embargo, algún tiempo después, los avances en materia de salud, y del bolsillo, le permitieron hacerse una cirugía ocular para resolver el problema visual.
La operación fue un rotundo éxito. No sólo se le alineó su ojo izquierdo, sino que su autoestima se fortaleció y devino en una persona segura y relajada.
Cuatro meses después de la cirugía, un excitante juego de básquetbol se celebró en el barrio, organizado por el Club 27 de Febrero, en el local del Club Caza y Pesca.
Felipe se movía en el público confiado, dueño de sí. Las emociones inundaban el ambiente, las testosteronas se podían respirar, pues el contacto físico entre los jugadores era cada segundo más rudo y violento.
Fue en ese contexto cuando un pase rápido de balón no pudo ser retenido por Bladimir, el centro del equipo favorito. La bola fue directa a las manos de Felipe Marte, quien la esperaba para atraparla. Él la retuvo unos segundos. El jugador, incómodo por el error cometido, quiso descargar su ira sobre Marte: “Bico ei’diablo, tira la bola”.
Felipe lanzó entonces el balón a Bladimir. Y, en milésima de segundo, dio medio giro hacia su derecha y le encajó una trompada en un ojo al jugador impertinente.
–“Tu no ves que ya yo no soy bico, coñazo”, exclamó.